Sin embargo, en medio de tanto malestar, tanto el pobre como el rico, tanto el plebeyo como el noble, si se celebraba un torneo, el gran espectáculo de la época, sentía el mismo interés que los hambrientos ciudadanos de Madrid, que no tienen un real para alimentar a su familia, con respecto a las corridas de toros. Ni el trabajo ni las enfermedades podían evitar que jóvenes y ancianos acudieran a tales eventos
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