domingo, agosto 02, 2015

Sobre la corrida de Ana Romero en Azpeitia


Una faena de temple y cerebro sobresalientes del torero de Arles –y una estocada soberbia- y cuatro toros distintos pero de buena nota los cuatro de sangre Santa Coloma
Azpeitia (Guipúzcoa), 1 ago. (COLPISA, Barquerito)
Sábado, 1 de agosto de 2015. Azpeitia. 2ª de feria. Soleado, templado. Tres cuartos de plaza. Dos horas y cuarenta minutos de función. Seis toros de Ana Romero.Juan Bautista, silencio tras un aviso y oreja tras un aviso.Manuel Escribano, ovación tras un aviso y saludos tras un aviso. Arturo Macías, palmas tras dos avisos y silencio.
Un buen puyazo de Paco María al primero. Brega notable deRafael González.
LA CORRIDA DE ANA ROMERO trajo un cuarto toro fuera de tipo, badanudo y embastecido. Protestado de salida por acalambrado o renco, se recostó en el caballo de pica para cobrar solo un picotazo. En un sucinto quite de Juan Bautista –una verónica y media preciosa- el toro se dejó ver. Y en el capote de brega de Rafael González también. Brindis al público, protestado, pero a los diez muletazos el toro estaba empapado en la muleta y embebido en el buen torear de Juan Bautista.
Faena ligada, ni un enganchón, ni un tirón, solo un desarme accidental –un pisotón de muleta-, de suavidad particular y ritmo creciente. Todo ese compás pareció seducir al toro, de nobleza extraordinaria. La banda de música había estado demasiado reticente con el torero de Arles en el primer turno y, cuando se arrancó ahora, Juan Bautista la mandó callar en un gesto de torera soberbia. La música la puso el torero, que llegó a enroscarse toro por las dos manos, a abundar en los cambios de  mano y a adornarse con desdenes bien discurridos. Y el fin que corona la obra: al segundo intento, una estocada recibiendo que entró por el hoyo de las agujas y tumbó al toro sin puntilla. Trabajo de gran distinción. La facilidad cerebral y cordial de Juan Bautista.
El toro que rompió plaza, elástico,  muy en Buendía, no fue sencillo sino todo lo contrario: la cara arriba en el caballo, y en la muleta después. Listeza, falsa entrega, acabó reculando, pensándoselo y hasta yéndose a tablas, y fue el único. Como la música se resistió, Juan Bautista se pasó de faena, pero no pasó con la espada. Los tres arreones del toro en las reuniones con la espada fueron fieros.
Tuvieron el festejo en vilo y lo sostuvieron a modo cuatro de los seis toros de Ana Romero. Tres de ellos –segundo, tercero y quinto-, en el tipo clásico, infalible del encaste Buendía. La rama más y mejor fijada del encaste Santa Coloma. Las pintas inequívocas: cárdenos los tres, caribellos –rizos canosos en testuz-, bragados, meanos. Las hechuras: bajos de agujas, finos de cañas, redondas culatas, cuellos cortos, cabezas más chicas que grandes, afilados pitones. No fueron tres gotas de agua.
El quinto, cumplidos los cinco años, llevaba la edad marcada en porte y gesto, no solo en el brazuelo. Más cuajo, aire algo felino, más músculo. 530 kilos, que podrían ser un exceso en su encaste. Pero no en este caso. Ni el segundo ni el tercero pasaron la frontera de los 490 kilos y cumplieron con la ley del toro en peso y en tipo: se movieron con ganas los dos. El segundo de corrida, con prontitud, son codicioso y alegre galope. Toro templado, ganoso y nervioso. El tercero, ligeramente montado, cornicorto pero veletito, fue el que más y mejor se empleó en el caballo, el de más largo y brioso recorrido, el más ágil también. Y el más duro de manos a la hora de morir.
Morir resistiéndose y defendiendo territorio, que es una señal propia del encaste. Un detalle: con la espada dentro –no siempre en el lugar preciso- no se echó ninguno de los toros. No pudieron con ellos ni las ruedas de capotazos de peones, que el público de Azpeitia censura de siempre. Manuel Escribano se llevó el lote de Santa Coloma puro, mucho más claro y sencillo el segundo toro que el quinto. A manos del mexicano Arturo Macías el bravo y temperamental tercero, para el que se pidió la vuelta al ruedo. Si no coincide el arrastre del toro con el zortziko de Aldalur –en versión enriquecida este año-, la petición de vuelta habría prosperado. Macías hizo un supino esfuerzo para no dejarse desbordar, probó su oficio para desplazar al toro cuando lo sintió demasiado potente o pegajoso y se sirvió de una muleta de generosas proporciones para aquilatar las embestidas más empastadas, que fueron muchas.
Escribano, amigo de espaciar las faenas en pausas gratuitas entre tandas y paseos enojosísimos, no terminó de romperse con el gran pitón izquierdo del segundo de corrida: faena de más a menos, pues ganaron en calidad y ritmo las dos primeras tandas con la zurda que las otras que les siguieron sin particular hilván. Tardó en encontrar al toro la igualada –propio de faenas largas- y salió de la reunión de la primera estocada –un pinchazo arriba- feamente revolcado pero ileso. También Macías sobrevivió sin duelo a dos volteretas tremendas. La faena de Escribano al quinto, toro al ataque siempre- fue de más voluntad que acierto, de más sitio que entrega. Dos vueltas al pasodoble y un solo de trompeta que calentó el ambiente más que nada. Y, en fin, un sexto toro que pareció de otra película, hizo cosas de reparado de la vista pero fue mirón. Dos horas y media largas de festejo. La gente no quería ya más nada.
Postdata para los íntimos.- Ha salido el sol.
Foto: Tierras Taurinas

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