No cabe duda de que la historia de la Fiesta moderna nace en Ronda y
Sevilla, y de que Pedro Romero, Costillares, Chiclanero o Pepe Hillo
son sus inventores. También es cierto que, de ellos, parten todas
las líneas alternativas que llegan hasta nosotros, haciendo de los
matadores pasados, presentes y futuros sus ahijados, más o menos
lejanos. Sin embargo, cuando los toreros andaluces empiezan su
andadura, compiten en el norte con los últimos matatoros que Goya
hace famosos, incluyéndolos en sus grabados al lado del recibir de
Romero o la muerte de Pepe Hillo. Entre los toreros del sur y los
matatoros vasco-navarros, la competencia se saldó con una victoria
aplastante de los primeros, cuyo innovador toreo de muleta y las
estocadas llenas de majestad eclipsaron a los recortes y saltos de
los olvidados “ventureros”. No obstante, algunos lances de capa y
la suerte de banderillas, ambas invenciones vascas, subsistieron en
el repertorio común de todos los toreros posteriores. De forma
paralela, al cabo de un siglo, los toros andaluces también acabaron
con el resto de razas, ya fueran la Jijona, la Castellana o la
Navarra.
Esta última, afortunadamente, no desapareció del todo gracias a los
numerosos festejos populares que se siguieron dando en Navarra,
Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y Aragón, donde podemos percibir la
huella de los “corredores” de la Edad Media. Desde un punto de
vista antropológico, es apasionante descubrir como, a principios de
nuestro siglo XXI, gracias a la crisis económica que ha debilitado
al sector taurino, la tauromaquia de estos primeros “corredores”
vasco-navarros, bastante marginada y desprestigiada por parte del
mundillo “oficial”, ha vuelto a resurgir a nivel nacional, hasta
aparecer en muchas ferias como el chaleco salvavidas de las empresas,
merced a su bajo coste y su enorme tirón.
Imagen superior:Pintura de Gustave Colin - Lezo a finales del S XIX -
Que interesante gracias por el post
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