Alcalino en La Jornada de OrientePor ahí tendría que empezar cualquier comentario sobre lo realizado por El Juli y Diego Silveti –extraño cotejo, a fe, éste de un artista en formación confrontado con un maestro consumado y en posesión plena de sus exuberantes facultades–: por la pertinente aclaración de que cuanto ambos espadas hicieron fue realizado en ausencia del toro. Al menos en la cabal acepción que más de dos siglos de tradición taurina han concedido a este vocablo.Porque durante todo ese tiempo, se designó como toro de lidia a una peculiar raza de bóvidos, caracterizados por acometer sin reposo contra aquello que los incita, con la agresividad, fuerza y celo necesarios para seguir los movimientos de un engaño que, una vez burlados, continuarían buscando en acometidas sucesivas, a impulsos de su sangre brava y su instinto de combate –lidia viene de lid. Esto, tan sencillamente prodigioso, es lo que hizo posible el toreo como un arte apasionante y en constante evolución. Y lo que tendría que seguir sustentándolo. Sólo que…Lo que tal evolución no contemplaba era la posibilidad de que la bravura –siempre fluctuante, y muchas veces ausente en mayor o menor grado de los ruedos– se extinguiera por completo, obligando al torero a inventarse un oficio sucedáneo que, remedando el que por tradición heredó, intentara suplir la emoción emanada del anterior mediante alardes de aproximación al no–toro, animal casi inmóvil de tan pasivo e indiferente.Esta especie de simulacro, de evocación activa de lo que alguna vez fue pero empieza a ya no ser posible, requiere un nombre distinto del que tuvo cuando le llamábamostoreo. La gestualidad es casi la misma, pero la desaparición de uno de los dos elementos fundamentales de aquel diálogo fascinante y mortal esfuma estos atributos. Y a falta de un nombre mejor, sólo se me ocurre el de post–toreo, por ser esta voz compuesta lo suficientemente gráfica, que sin renunciar por completo a la denominación original señala el pasaje a una etapa posterior, tan diversa de las precedentes como distinto es el toro de no –lidia –medio autista, soporífero, a menudo inválido– a los ancestros que le heredaron su morfología pero no las cualidades de su sangre brava.
Nota: Ahí tienen una buena introducción para un buen número de crónicas.
Nota1: He llegado a este artículo gracias a Xavier González-Fisher
Horrifica la foto."Post July Animal triste".
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