martes, abril 08, 2014

Sobre las leyes que dicen proteger a los toros, cuando lo que hacen es proteger al espectador (Manuel Delgado Ruiz)

Con todo, en algún lugar debería expresar el asco que me merecen las posturas presuntamente “animalistas”. No sé cómo se puede negar que el descrédito de los toros por parte de los partidos nacionalistas, aunque no lo expliciten, se fundamenta en la convicción de que esa fiesta es propia de “pueblos incivilizados”, lo que ya de por si es un argumento racista, en tanto supone que en algún lugar del mundo existen pueblos que no son civilizados. Pero es que, además, debemos estar a la altura de lo que, aunque no se confiese, siempre es la certeza de que nosotros, los catalanes, estamos un escalón evolutivo por encima del resto de pueblos ibéricos, se quiera o no todavía distantes del nuestro más elevado grado de cultura. Los toros, en efecto, es una fiesta bárbara, salvaje, propia acaso de los españoles, pero no de nosotros, que tenemos la grave responsabilidad de estar a la altura de nuestra propia superioridad civilizatoria.
En cuanto a Iniciativa per Catalunya está en su línea de pusilanimidad y buenrollismo pequeñoburgués, afectado, postizo…, fofo.
Esa es la clave: somos una cultura superior y nadie se puede imaginar lo que cuesta ser modesto cuando uno es el mejor. Que gracia. Debería sonrojar escuchar a Pilar Rahola hacer su defensa de los animales, ella, entusiasta defensora de las brutales agresiones del ejército israelí contra la población civil palestina. Y Jesús Mosterin… Cómo conmueve su elogio al modelo civilizatorio británico, a cuyo imperio la humanidad tanto bienestar y conford le debe.
¡Que paradoja! La abominación de la fiesta de los toros se lleva a cabo en nombre un progreso que conduce a una civilización, la nuestra, que ha prohibido los toros, pero que es directa responsable de la destrucción de decenas de especies animales y su hábitat natural y que suprime la muerte ritual de animales, al tiempo que practica sistemáticamente su sacrificio industrial y en masa.
He ahí, en eso último, la clave. La prohibición en toda Europa de la muerte pública de las bestias, que llevó a prohibir, a lo largo del XIX y hasta ahora mismo, infinidad de fiestas populares centradas en el muerte de animales –y que en Catalunya tiene expresiones que no se recuerdan estos días: la de la prohibición desde 1987 de la matança del porc o de los corderos por parte de la comunidad islámica–, no respondió a la voluntad de proteger a los animales. Los toros, los corderos y los cerdos continuaron y continuarán muriendo de forma atroz y sórdida en los mataderos. Lo que se hizo fue contribuir por esa vía a lo que ya estaba siendo una creciente clandestinización de la muerte animal, es decir el escamoteamiento del origen de la carne que se consume. Lo que escandalizaba y vuelve a escandalizar ahora no es que un animal padezca, sufra y muera de manera terrible, sino QUE SE VEA. Es la apoteosis del principio hipócrita por excelencia: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.
En una palabra, la gloriosa ley que aprobó el Parlament de Catalunya prohibiendo los toros parecía concebida para proteger a unos animales de un tormento que continuarán sufriendo, mucho más tiernos y jóvenes además. A quien se protegía era a usted y a mí de ver que es de cadáveres de los que nos alimentamos. Ese toro que ya no verá morir será, a partir de ahora, ese ternero embasado que recogerá del refrigerador del supermercado. Comerá, como hasta ahora, carne sin ojos.

Manuel Delgado Ruiz  - Vía: -Breve reflexión a propósito del fin de la Fiesta rn Catalunya y las leyes que dicen proteger a los toros, cuando lo que hacen es proteger al espectador- Sept 2011
Nota : Publico este post a raíz de la moción de CIU para prohibir que los menores acudan a las corridas de toros
Foto: Ramón Masats



1 comentario:

  1. Manuel Delgado es un tío honrado. Piensa lo que dice y dice lo que piensa. Es tan honrado que a veces es hasta contradictorio. Y también es un valiente, siempre incómodo ante el poder siempre vehemente ante la injusticia. Reivindicativo, en el buen sentido de la palabra. En el artículo aquí referido vuelve a dar en la diana.

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