lunes, mayo 28, 2018

Rubén Pinar

Hondo, bizco y listón, ese toro que partió plaza, las manos por delante de partida, se empleó en el caballo, atacó en banderillas con celo y tuvo en la muleta algo que ninguno de los otros cinco de corrida: fijeza. Fijeza cara, porque, correoso, un punto tardo, algo probón y a veces frenado, caras vendió sus embestidas. Rubén Pinar hizo con él una faena de gran rigor y lindo riesgo.
Paciencia serena, la muleta al hocico cuando convino, el toque a tiempo, colocación perfecta para gobernar y librar todos los viajes del toro, los buenos y los que no tanto. Seguridad muy llamativa. No solo el oficio, que en Rubén data de sus tiernos años de torero precoz, sino mucho más. El temple auténtico o impuesto, valor de no ceder ni un paso, la inteligencia para hallar el terreno preciso, y las pausas precisas también, sin dejar el hilo suelto nunca.
Ligarle al toro por abajo dos ricas tandas en redondo -la segunda, de aire magistral- fue causa mayor. Y atreverse con la izquierda, muletazos ayudados trayéndose el toro, mérito muy especial. La faena fue de tensión, pero hermosa y redonda. Llegó a parecer hasta sencilla. No lo fue. Cuando el toro se puso gazapón a última hora, Rubén le anduvo hasta manejarlo y volverlo a fijar. El ambiente era de asentimiento incondicional. Pero no pasó Rubén con la espada hasta el tercer intento. Gran estocada.  
 BARQUERITO


Foto: Andrew Moore


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