Si Robleño fuera un personaje de la Grecia Antigua o la Roma Clásica, este domingo, 15 de julio, habría firmado una emocionante página en la historia de la Mitología. En vez de laberintos, minotauros o lagunas sin fin, su leyenda estaría atravesada por el violento río Tech a su paso por Céret, habría seis imponentes toros cárdenos de José Escolar y le ayudarían en su colosal gesta una legión de centauros de Bonijol portando puyas y patas de hierro. Pero Fernando Robleño no es un gladiador ni un guerrero: es un TORERO (lo más parecido a un héroe en esta pobre sociedad nuestra) ante probablemente el público más serio del amenazado mundo taurino: el de Céret. Porque al igual que Grecia y Roma cayeron frente a las invasiones bárbaras, la Tauromaquia también se rendirá hasta desaparecer. Robleño ha protagonizado, por tanto, el epílogo feliz y triunfal de una historia que ya intuye su final entre párrafos de decadencia.
En Céret es costumbre que la cobla -la banda de música- reciba al torero bajo el son de "La Santa Espina", que cambia los festivos pasodobles por un ambiente de solemnidad. Y en esta atmósfera saltó al ruedo el primero de José Escolar que, de un solo cabezazo, hizo volar una ristra de tablas del callejón. Era gazapón y tardón, pero cuando se arrancaba tenía clase y humillación. Lo sometió Robleño por ambas manos en el centro del ruedo, hizo acallar la música que arrancaba los primeros sones en honor de su limpia faena, que no tuvo un enganchón, abrochó con un estético cambio de mano por la espalda y mató al toro de una estocada fulminante. Por todo esto le dieron la primera oreja. Así empezó todo. Como si se tratara de algo fácil.
En el segundo, el picador de Arles Gabin Rehabi regaló un maravilloso espectáculo a caballo. Citó al astifino animal dando los pechos y levantando el palo gracias a la consumada doma de Bonijol. No en vano, al finalizar el festejo, Gabin se llevó todos los premios al mejor picador de la tarde. El toro no le ayudó: también tardaba en acudir y se frenaba justo antes de llegar al caballo. Después de unos irreprochables pares de banderillas de Ángel Otero Beltrán, topó con violencia y genio contra la muleta de Robleño que ni le dudó ni se enmendó hasta terminar toreándolo a placer. Pinchó arriba antes de que cayera el estoconazo definitivo y eso le privó de otra oreja.
El tercero saltó al ruedo exhibiendo una fiereza que cortaba la respiración. En vez de mirar, radiografiaba a todo aquel que se le ponía delante. Robleño lo toreó como si fuera un gran toro, en una demostración de sinceridad, naturalidad y valor. Se cruzó varias veces al pitón contrario sin veder nada. En eso consiste la verdad del toreo. La estocada, algo desprendida, fue definitiva. Cayó una oreja y el público, más sensible y sensato que la presidencia, pidió una segunda que no llegó. A cambio, exigió que el espada diera dos clamorosas vueltas al ruedo.
El cuarto también salió al albero como un tren y varios aficionados intercambiaron un inequívoco "Oh, la-la!". Lo saludó Robleño rodilla en tierra pero la faena se fue poniendo cuesta arriba por la mala condición del astado. Pinchó y todo quedó en ovación. El quinto fue el más peligroso del festejo y una mala lidia lo orientó aún más hasta volverse imposible. Robleño, en una nueva demostración de valor, tragó quina y le dio muerte de forma rotunda. Otra vez, el palco se llevó una bronca por no sacar el pañuelo blanco y el torero se conformó con la vuelta al ruedo.
Salió entonces el precioso sexto -cuya cabeza pronto presidirá un lugar de honor en casa del espada madrileño- para colocar el broche a la épica de Robleño. Brindó al público y, desde el primer muletazo, aprovechó la nobleza y fijeza del cárdeno hasta emocionar al público y ponerlo en pie entre gritos de "torero, torero". Se entregó el Ulises de Céret y muleteó con las fuerzas que le quedaban entre la emoción de los tendidos. Por fin, roto y feliz, cortó las dos merecidas orejas (cuatro el total) que le brindaron la salida sobre los hombros de su cuadrilla y junto al ganadero, José Escolar. Santa es la espina que Robleño ha sacado este domingo a una afición sedienta de páginas épicas. Por eso, todos -presentes y no presentes- nos alegramos y nos descubrimos ante los últimos héroes. Mientras ellos vivan, la Tauromaquia clásica e intemporal resistirá a los asaltos de la decadencia y la modernidad.
Foto:Terres Taurines
Nota añadida: Les enlazo a un vídeo del festejo
Estas son las noticias que reconfortan a la maltrecha Afición….
ResponderEliminarGracias Ceret, gracias Escolar, gracias Robleño.
Envidia sana por no haber podido presenciarlo en directo.
Generoso has estado Javier como generoso, respetuoso y honrado estuvo Robleño. Con el sexto incluso templado y despacioso. No voy a esforzarme en buscarle ninún "pero" a la encerrona de Fernando, porque no sería justo. Tampoco a ti en tu crónica, bueno en lo taurino, en lo musical permíteme uno que mi condición de catalán me obliga a no dejar pasar. Lo que toca la cobla al principio del festejo es "Els Segadors" himno de Cataluña. La Santa Espina se toca antes del sexto y es coreada por el público con las palmas.
ResponderEliminarToda la razón, Joan: "La Santa Espina" se toca entre el quinto y el sexto toro. Mea culpa.
Eliminarque envidia me dais todos los que estuvisteis alli.....yo por desgracia estuve en las ventas....ENHORABUENA ROBLEÑO !!!!!!!!! ENHORABUENA TORERO !!!!!!!!! que tu si que eres TORERO !!!!!!!!
ResponderEliminarbuenas noticias, pero como siempre desde Francia, aqui esta todo mas que acabado.....
ResponderEliminarenorabuena al ganadero y al torero esta es la verdadera fiesta de los toros si señor no las cabras que se lidian por ay
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