No es indignación el sentimiento que me ha quedado del naufragio de Morante, la inmersión en la nada de Finito y la tauromaquia sin propósito de Talavante. Es amargura, disgusto íntimo ante la sensación de pérdida de sentido de la tauromaquia, de supeditación de un espectáculo noble al capricho de un protagonista.
(...)
Poner la tauromaquia al servicio de las figuras es poner el mundo al revés, pero ya sabemos que vivimos en esta época donde los caprichos de los protagonistas están por encima, no ya de la supuesta ética del espectáculo, sino incluso del respeto debido al público, que por otra parte llenó como ningún otro día los tendidos y aplaudió con entusiasmo cualquier atisbo de compostura por parte de los toreros. Así estamos.
Andrés de Miguel . Les he copiado el primer y último párrafo de su post. Pasen y lean.
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