lunes, abril 13, 2009

Viacrucis Taurino (Capitán Alatriste)





VIACRUCIS TAURINO
Camino de La Maestranza, el taxista iba soltando improperios por la Semana Santa:
No se puede circular por el centro, ¿sabe, usté? Tó cortao. Y qué le voy a contá del chirrío de las ruedas por curpa de la cera. Me trae loco.
Luego, cambió de tercio y comenzó a hablar de golfos y mangantes. Me recomendó que no entrara nunca en el bar “Los Claveles” porque estaba abarrotado de chorizos.
Pensé que el sitio al que me dirigía tampoco estaba falto de sinvergüenzas: tras dos zalduendadas infumables, la empresa de Sevilla tenía suficientes reaños para repetir ganadería el Domingo de Resurrección. La tarde olía a pabilo achicharrado antes de descorrer el cerrojazo.
Por los aledaños a la plaza, todo estaba como de costumbre: vendedores de almohadillas, gitanas con ramas de romero, pelotón en la calle Iris y mucha gente maqueada. La flor de Sevilla al completo, vaya. Los pañuelos blancos asomaban por los bolsillos de las chaquetas; y ahí se quedaron toda la tarde, que la corrida no estuvo como para pedir orejas.
El primero en saltar al ruedo fue Canito, con 96 años a las espaldas y más fuerza y casta que los seis zalduendos que camparon más tarde por el albero maestrante. Algunos apenas se tuvieron en pie, mientras que otros desarrollaron un peligro bronco (especialmente, el primero por el pitón izquierdo). Este toro, por cierto, podría llevarse el premio al más escobillado del abono.
Los espectadores de sol parecían cirios derretidos con chorreones de sudor rodando por sus adormecidas frentes. Alguno, refiriéndose al petardo ganadero, musitó que estaba harto de “tanto gazpacho aguado”. Ni Morante, ni El Cid, ni Manzanares, destaparon el tarro de las esencias. El único aroma que flotaba en el ambiente era una resaca a incienso por la Semana Santa que se escapaba, al igual que la tarde, escoltada por los vencejos.
Las únicas palmas que sonaron fueron en honor de Alcalareño, Curro Javier y Juan José Trujillo, por su habilidad con “las frías”, y de Pedro Morales “Chocolate”, que en el tercero se agarró con coraje y devoción, como un trianero al manto de su Esperanza.
Regresé a casa dando una vuelta por Sierpes y La Campana, observando los restos del naufragio procesional y esquivando sillas apiladas. Tenía razón el taxista: es desesperante el chirrido de los zapatos a causa de la cera. Hay que fastidiarse.
Foto: El Capitán Alatriste


No hay comentarios:

Publicar un comentario