Dicen de él que tiene alma. ‘Tabarly’, un alazán oscuro, podría ser el caballo de Santiago o el ‘Bucéfalo’ de Alejandro. No duda nunca. Sale al tercio del ruedo, camina adelante y atrás a las órdenes de la mano suave de Gabin Rehabi, que levanta la puya y hace sonar el estribo para llamar al toro. ‘¡Já!’ El morlaco se arranca de lejos y lo arrolla como si chocaran dos planetas. El impacto en el peto es terrible y emite una onda expansiva que hace guiñar los ojos a tres filas de espectadores. El toro lo prende desde debajo de los pechos y lo hace balancearse sobre su enorme cabeza. Patea el aire hasta que encuentra la seguridad del ruedo con sus cascos. Un caballo valiente, un picador certero y un toro bravo han propiciado uno de los espectáculos más antiguos e intensos de la tauromaquia. La plaza se pone en pie y rompe a aplaudir.
Francisco Apaolaza en el Ideal - Aquí el artículo completo -
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