viernes, septiembre 18, 2015

“La muerte del toro en el ruedo”, por Sophie Malakian Verneuil

El destello se ha clavado en el fondo de sus entrañas, el dolor ha entrado en su carne y la hace trizas desde el interior. Su corazón que late a toda velocidad se desgarra con cada latido, con cada movimiento.
Una rodilla en la arena y después dos. La cabeza reposa por fin. Mientras que lentamente el espíritu valiente abandona este mundo, se corta una oreja de esta carcasa que, hace unos minutos, era todavía una bestia llena de vigor y de fuerza. El público aplaude el coraje del torero y celebra la valentía de este toro que ha combatido hasta el final.
Abandona esta tierra con los aplausos de una muchedumbre que ha venido a contemplar esa brutal naturaleza y ese coraje que ella no tiene.
La existencia de este toro que termina bajo nuestra mirada nos da una lección. El ruedo se ha transformado en teatro de la vida. Aquellos que se niegan a verlo así gastarán su saliva en un inútil alegato contra lo que llamarán “la crueldad humana”, creyendo defender una causa que no entienden, una naturaleza de la que ignoran todo.
En este mundo en el que se confrontan las ideas, donde los verdes combaten contra los aficionados, donde aquellos que se toman por defensores de la causa animal se alzan con fuerza contra estas prácticas y esta tradición, nos olvidamos mirar al animal por lo que es.
Estos amantes de «la naturaleza» no miran la naturaleza en sí, sino la imagen que quieren ver. No miran al animal, sino una prolongación de ellos mismos, imaginando que respetar un animal es tratarlo como a un ser humano.
Se imaginan en el ruedo como en los tiempos de los gladiadores, con su visión del mundo sin violencia, desarmados frente a un temible adversario.
En combate entre el toro y el torero no se resume en una comparación entre las armas, tampoco se resume en la justicia o en la violencia de situación, ni siquiera en la utilidad de las tradiciones de nuestro mundo.
El salvajismo es animal, el combate se codea en todas partes con la vida animal.
La naturaleza original ya no existe, se transforma a cada instante, es la vida que evoluciona.
En este mundo en el que todo termina por ser modelado por el hombre a su imagen, la palabra «naturaleza» se convierte en un pretexto para tener buena conciencia.
Hemos perdido el sentido de nuestra vida, demasiado ocupados en buscar la comodidad, el reconocimiento y la inmortalidad.
El toro de lidia, por su parte, es la naturaleza en estado bruto. Está programado para vivir, reproducirse, combatir y morir. Es su naturaleza y su vida se ciñe a ello.
Combatir en un ruedo seguro que no es «natural», pero para el toro, esta muerte tendrá más sentido que la de un toro ejecutado en un matadero, aunque la moral se satisfaga de antemano del lado aséptico por la muerte de los animales en estos templos del consumo alimenticio.
Hoy comemos carne como cualquier otro alimento, por su sabor, sus cualidades nutritivas, sus costumbres. Pero se acabaron los tiempos en los que se comía el animal cazado y luego matado.
Los tiempos en los que la carne no era un alimento, sino un medio de supervivencia, un medio para seguir viviendo.
Hoy se cría, luego se sacrifica y luego se degusta. Ninguna de estas palabras tiene sentido. Estamos programados para comer carne, pero nos hemos desviado de la actividad principal nuestros antepasados: la supervivencia. Nuestros predadores son de una naturaleza diferente.
La sociedad, sus estreses, la carrera por el dinero como única garantía de nuestra supervivencia, nos han convertido en seres a contracorriente de nuestra naturaleza.
Sin cesar encontramos artefactos que nos permiten compensar las incoherencias de nuestras vidas. La naturaleza tal y como nos la representamos ya no es de este mundo.
¿Cuánto tiempo les queda aún a estos toros de lidia, testigos de una época en la que un trozo de carne significaba un trozo de animal que se ha matado, una época en la que esto se calculaba en tiempo de supervivencia antes de la próxima caza productiva?
Señores abogados de la defensa de los derechos del animal, os equivocáis de causa, de acusado y de procedimiento.
¿Cómo denunciar la existencia de corridas y aceptar la de mataderos?
Vuestra búsqueda ha perdido todo el sentido, se basa en un punto de vista intelectual que ignora la trivialidad de vuestra propia existencia.
Como un dictador que sabe que no podrá convencer a la mayoría e impone su visión del mundo por la fuerza. Si estuviera en vuestras manos imponer el vegetarianismo al mundo entero, sin duda lo haríais, ignorando que así firmaríais la desaparición de todas las especies animales que consume el hombre.
Porque los toros de lidia viven, hay que matar a los toros de lidia en los ruedos. Así funciona la lógica del mundo.
La muerte de algunos centenares de toros valientes elegidos para hacer frente a los toreros asegura la supervivencia de otros miles, criados en las tierras y bajo el sol de Andalucía, y de otros sitios.
Aunque les pese a los militantes de la causa animal, el hombre de hoy es la garantía de la supervivencia de los animales. La naturaleza ya no se basta por sí misma ni puede ignorar el mundo en el que vive.
La adaptación al entorno siempre ha hecho evolucionar a las especies. El hombre siempre ha sido un predador y lo sigue siendo. Hay muchas formas de matar a los animales. En un matadero, en un ruedo, en el bosque… ¡y en los tribunales! Pues al fin y al cabo, los mayores asesinos de animales ¿no serían aquellos que quieren impedir que les matemos?
Algunos [1] se niegan a ver la parte del hombre que le empuja a cazar y a matar y pretenden que nuestro cerebro reptiliano, sede de nuestras emociones primitivas, no tenga derecho a expresarse, aun cuando éste condiciona nuestra supervivencia.

 Sophie Malakian es veterinaria, tras sus estudios en Maisons-Alfort vivió durante 18 años en Guadalupe (Islas Antillas) donde ejerció en su clínica la medicina y la cirugía de animales tanto de compañía como de producción. También creó una yeguada y un centro ecuestre en el que criaba caballos y ponis y ofrecía clases, paseos y competiciones.
Hace dos años regresó a la Francia Metropolitana y ahora ejerce la osteopatía cognitiva y la odontología equina osteopática.

Mi experiencia de veterinaria me ha permitido aprender mucho sobre los animales y sus comportamientos. Mi pasión por los animales desde que era pequeña me ha dado una visión no antropomórfica del animal y su psicología y una visión pragmática de su lugar en nuestra sociedad, lo que no me ha impedido conservar una gran pasión y un gran respeto por la causa animal de la que sigo siendo una ferviente y sincera defensora”.

3 comentarios:

  1. Bella y excelente composición, ponderación taurina, verdaderamente taurina. Haciendo un paréntesis, ¿quién es el diestro de la imagen de tan tremebunda estocada? Gracias. // Atte., Torotino.

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  2. A los animalistas les dan igual los razonamientos, son como los animales que defienden, totalmente irracionales.

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