El destello se ha
clavado en el fondo de sus entrañas, el dolor ha entrado en su carne
y la hace trizas desde el interior. Su corazón que late a toda
velocidad se desgarra con cada latido, con cada movimiento.
Una rodilla en la arena
y después dos. La cabeza reposa por fin. Mientras que lentamente el
espíritu valiente abandona este mundo, se corta una oreja de esta
carcasa que, hace unos minutos, era todavía una bestia llena de
vigor y de fuerza. El público aplaude el coraje del torero y celebra
la valentía de este toro que ha combatido hasta el final.
Abandona esta tierra
con los aplausos de una muchedumbre que ha venido a contemplar esa
brutal naturaleza y ese coraje que ella no tiene.
La existencia de este
toro que termina bajo nuestra mirada nos da una lección. El ruedo se
ha transformado en teatro de la vida. Aquellos que se niegan a verlo
así gastarán su saliva en un inútil alegato contra lo que llamarán
“la crueldad humana”, creyendo defender una causa que no
entienden, una naturaleza de la que ignoran todo.
En este mundo en el que
se confrontan las ideas, donde los verdes combaten contra los
aficionados, donde aquellos que se toman por defensores de la causa
animal se alzan con fuerza contra estas prácticas y esta tradición,
nos olvidamos mirar al animal por lo que es.
Estos amantes de «la
naturaleza» no miran la naturaleza en sí, sino la imagen que
quieren ver. No miran al animal, sino una prolongación de ellos
mismos, imaginando que respetar un animal es tratarlo como a un ser
humano.
Se imaginan en el ruedo
como en los tiempos de los gladiadores, con su visión del mundo sin
violencia, desarmados frente a un temible adversario.
En combate entre el
toro y el torero no se resume en una comparación entre las armas,
tampoco se resume en la justicia o en la violencia de situación, ni
siquiera en la utilidad de las tradiciones de nuestro mundo.
El salvajismo es
animal, el combate se codea en todas partes con la vida animal.
La naturaleza original
ya no existe, se transforma a cada instante, es la vida que
evoluciona.
En este mundo en el que
todo termina por ser modelado por el hombre a su imagen, la palabra
«naturaleza» se convierte en un pretexto para tener buena
conciencia.
Hemos perdido el
sentido de nuestra vida, demasiado ocupados en buscar la comodidad,
el reconocimiento y la inmortalidad.
El toro de lidia, por
su parte, es la naturaleza en estado bruto. Está programado para
vivir, reproducirse, combatir y morir. Es su naturaleza y su vida se
ciñe a ello.
Combatir en un ruedo
seguro que no es «natural», pero para el toro, esta muerte tendrá
más sentido que la de un toro ejecutado en un matadero, aunque la
moral se satisfaga de antemano del lado aséptico por la muerte de
los animales en estos templos del consumo alimenticio.
Hoy comemos carne como
cualquier otro alimento, por su sabor, sus cualidades nutritivas, sus
costumbres. Pero se acabaron los tiempos en los que se comía el
animal cazado y luego matado.
Los tiempos en los que
la carne no era un alimento, sino un medio de supervivencia, un medio
para seguir viviendo.
Hoy se cría, luego se
sacrifica y luego se degusta. Ninguna de estas palabras tiene
sentido. Estamos programados para comer carne, pero nos hemos
desviado de la actividad principal nuestros antepasados: la
supervivencia. Nuestros predadores son de una naturaleza diferente.
La sociedad, sus
estreses, la carrera por el dinero como única garantía de nuestra
supervivencia, nos han convertido en seres a contracorriente de
nuestra naturaleza.
Sin cesar encontramos
artefactos que nos permiten compensar las incoherencias de nuestras
vidas. La naturaleza tal y como nos la representamos ya no es de este
mundo.
¿Cuánto tiempo les
queda aún a estos toros de lidia, testigos de una época en la que
un trozo de carne significaba un trozo de animal que se ha matado,
una época en la que esto se calculaba en tiempo de supervivencia
antes de la próxima caza productiva?
Señores abogados de la
defensa de los derechos del animal, os equivocáis de causa, de
acusado y de procedimiento.
¿Cómo denunciar la
existencia de corridas y aceptar la de mataderos?
Vuestra búsqueda ha
perdido todo el sentido, se basa en un punto de vista intelectual que
ignora la trivialidad de vuestra propia existencia.
Como un dictador que
sabe que no podrá convencer a la mayoría e impone su visión del
mundo por la fuerza. Si estuviera en vuestras manos imponer el
vegetarianismo al mundo entero, sin duda lo haríais, ignorando que
así firmaríais la desaparición de todas las especies animales que
consume el hombre.
Porque los toros de
lidia viven, hay que matar a los toros de lidia en los ruedos. Así
funciona la lógica del mundo.
La muerte de algunos
centenares de toros valientes elegidos para hacer frente a los
toreros asegura la supervivencia de otros miles, criados en las
tierras y bajo el sol de Andalucía, y de otros sitios.
Aunque les pese a los
militantes de la causa animal, el hombre de hoy es la garantía de la
supervivencia de los animales. La naturaleza ya no se basta por sí
misma ni puede ignorar el mundo en el que vive.
La adaptación al
entorno siempre ha hecho evolucionar a las especies. El hombre
siempre ha sido un predador y lo sigue siendo. Hay muchas formas de
matar a los animales. En un matadero, en un ruedo, en el bosque… ¡y
en los tribunales! Pues al fin y al cabo, los mayores asesinos de
animales ¿no serían aquellos que quieren impedir que les matemos?
Algunos
[1]
se niegan a ver la parte del hombre que le empuja a cazar y a matar y
pretenden que nuestro cerebro reptiliano, sede de nuestras emociones
primitivas, no tenga derecho a expresarse, aun cuando éste
condiciona nuestra supervivencia.
Sophie
Malakian es veterinaria, tras sus estudios en
Maisons-Alfort vivió durante 18 años en Guadalupe (Islas Antillas)
donde ejerció en su clínica la medicina y la cirugía de animales
tanto de compañía como de producción. También creó una yeguada y
un centro ecuestre en el que criaba caballos y ponis y ofrecía
clases, paseos y competiciones.
Hace
dos años regresó a la Francia Metropolitana y ahora ejerce la
osteopatía cognitiva y la odontología equina osteopática.
“Mi
experiencia de veterinaria me ha permitido aprender mucho sobre los
animales y sus comportamientos. Mi pasión por los animales desde que
era pequeña me ha dado una visión no antropomórfica del animal y
su psicología y una visión pragmática de su lugar en nuestra
sociedad, lo que no me ha impedido conservar una gran pasión y un
gran respeto por la causa animal de la que sigo siendo una ferviente
y sincera defensora”.