Los biempensantes de
cada época no se caracterizan sólo porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias
o dominantes, sino por la virulencia con que tratan de imponérselas al conjunto
de la sociedad. Hoy ya no se exige —como en el XIX, y aquí hasta la muerte de
Franco— religiosidad, respeto a los símbolos y a los padres, amor a la patria y
cosas por el estilo. Hoy ha cambiado lo “sagrado”, pero la furia y la
persecución contra quienes no se adscriben a los nuevos dogmas adolecen del
mismo fanatismo que las del pasado. La burguesía biempensante exige, entre
otros cultos, lo siguiente: hay que ser antitaurino en particular y defensor de
los “derechos” de los animales en general (excepto de unos cuantos, como las
ratas, los mosquitos y las garrapatas, que también fastidian a los animalistas
y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis, vetar
puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en rebaño, tener un
perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona como miserables al
llegar el verano y resultar un engorro), poner a un discapacitado en la empresa
(sea o no competente), ver machismo y sexismo por todas partes, lo haya o no.
(A eso ha ayudado mucho la proliferación del prefijo “micro”: hay estudiantes
que ven “microagresión” cuando un profesor les devuelve los exámenes con
correcciones; asimismo hay mujeres que detectan “micromachismo” en el gesto
deferente de un varón que les cede el paso, como si ese varón no pudiera
hacerlo igualmente con un miembro de su propio sexo: cortesía universal, se
llamaba.) Ver también por doquier racismo, y si no, colonialismo, y si no,
paternalismo. Lo curioso es que la mayoría de estos nuevos preceptos o
mandamientos de la actual burguesía biempensante los suscriben —cuando no los
fomentan e imponen— quienes presumen de ser “antisistema” y de oponerse a todas
las convenciones y doctrinas. No es cierto: tan sólo sustituyen unas por otras,
y se muestran tan celosos de las vigentes —con un espíritu policial y censor
inigualable— como podían serlo de las antiguas un cura, una monja, un general,
un notario o un procurador en Cortes, por mencionar a gente tradicionalmente
conservadora y “de orden”.
Es lo que hay, pero no hay mayor desprecio que no hacer aprecio a este tipo de gente y es lo que yo hago, lo malo es que están tan cerca de nosotros en la vida ordinaria, incluso personas de tu misma sangre, que a veces te dan ganas de usar la violencia como hacen ellos.
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