jueves, mayo 04, 2017

El toreo moderno. El primer tercio (Ramón C. Rodríguez)


Tarde tras tarde, el toro suele hacerse presente en las plazas sin alegría, sin la natural curiosidad que debería demostrar en un escenario novedoso un animal encastado que lleva varias horas encerrado en la oscuridad del chiquero. A menudo, sin embargo, el toro se asoma a la primera raya con un deseo irrefrenable de volver de inmediato a su comodidad anterior y cuando por fin se aventura en el ruedo al reclamo de un capote que un peón mueve a lo lejos desde el burladero, acude al encuentro con displicencia, como quien sale a la calle a dar un garbeo sin rumbo fijo. Tras esta primera experiencia con el hombre vestido de luces, lo habitual es que el toro le coja gusto al trote por el albero y entonces se pegue dos o tres vueltas por la plaza, sin que ninguno de los que se cruzan con él consiga recogerlo adecuadamente, no tanto por su condición de abanto como por la deficiente técnica de los que manejan el percal. Cuando por fin el matador consigue fijar al toro y repetir siquiera media docena de capotazos, lo suele hacer de manera atropellada y trapacera, sin allegar al manejo de la tela gracia alguna, echando normalmente el paso atrás en cada embroque, perdiendo terreno hacia las tablas en lugar de ganarlo hacia los medios y rematando el saludo de forma vulgar o no rematándolo, lo cual contribuye a que el toro recupere su tendencia natural a la dispersión y acabe vagando de nuevo por la plaza sin que el peonaje lo fije, para terminar en bastantes ocasiones recibiendo la primera vara en terrenos opuestos a los adecuados, allí donde los picadores acaban de hacerse presentes tras la orden del usía.   

Como la tónica general del matador de turno en este tercio suele ser la inhibición o la incompetencia técnica, o ambas cosas, la norma es la ausencia de quites artísticos, salvo que consideremos como tales a la chicuelina despegada o a la gaonera zarrapastrosa que instrumentan los matadores de hoy, incluso en insufrible competencia por el mismo palo, lo cual permite al abonado contrastar con su compañero de localidad si le ha gustado más la chicuelina culera de fulano o la chicuelina sobaquillera de zutano. 



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