Una Fiesta cuyo corazón no late exclusivamente en las altas esferas, desde donde se organiza el circuito a la espera de su reestabilización, sino en el pecho generoso del pueblo llano que vive en todas las comarcas taurinas del planeta. Cada región posee su propia idiosincrasia, edificada a través de su historia, de la proximidad del toro, del valor humano aportado por toreros, ganaderos, profesionales, artistas, intelectuales y aficionados que allí nacieron. Esta riqueza plural constituye el verdadero ADN de nuestra identidad. E igual que hicieron los frailes geniales de la Cartuja, si pretendemos frenar la decadencia que padecemos a pesar del respaldo institucional, ha llegado el momento de buscar los factores de evolución positiva que siguen existiendo por doquier y, por encima de todo, multiplicarlos: la pasión, la generosidad, la integridad, la ética, la solidaridad, y también el instinto de supervivencia. Del mismo modo que el encaste vazqueño, el pueblo del toro es una mezcla cuyo equilibrio caprichoso explica la evolución. Por eso, de ahora en adelante, el estudio de las ganaderías y encastes que quedan por descubrir -y son muchos a lo largo y ancho del mundo-, se hará por comarcas, para mostrar hasta que punto la cultura taurina hunde sus raíces en cada una de ellas. Algo que explica su gran vitalidad, a pesar de los estragos que padece.
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