Un día que había
invitado a tentar a Manuel García Cuesta, “El Espartero”, figura
ya consagrada por su inmenso valor, o más bien por su temeridad,
doña Celsa cae enamorada de aquel hombre algo más joven que ella, y
que, de mozo, hacía la luna con las vacas de su marido en la finca
La Alegría. A pesar de estar casado y tener hijo, según cuentan
varios autores, El Espartero se enamora también y, de esta unión
pasional, nace en 1890 una hija, bautizada Pilar (doña Celsa era
maña y, como tal, devota de la Virgen del Pilar). Desde entonces, El
Espartero se convierte en el marido extraoficial de la ganadera,
dándole su nombre a la pequeña Pilar, algo que, seguramente,
aumentó con creces la fama de Doña Celsa dentro de la buena
sociedad sevillana que, por mucha notoriedad que pudieran darle sus
toros, no olvidaba que había hecho carrera gracias al estribillo que
cantaba junto a sus compañeras de la Folies Arterius: “…suripanta,
la suripanta/ maqui truqui de somatén/ Sun faribún, sun faribén/
maca trúpitem sangasiném”. Tan famoso se hizo el coro y aquéllas
que lo cantaban, que empezaron a llamarlas “las suripantas”, y
años después, la RAE hubo de incorporar la palabra a su
diccionario. El martes 17 de mayo de 1892, la nueva ganadera debuta
en Madrid: seis toros de Doña Celsa Fontfrede estoqueados por Rafael
Molina “Lagartijo”, Manuel García “Espartero” y Enrique
Vargas “Minuto”, que confirma alternativa. Los toros, excepto el
primero, fueron pequeños, con poca cara, sin mucha fuerza, y el
sexto impresentable, pero tercero y sexto salieron nobles. Por
supuesto, esta corrida trajo consigo bastante morbo, gracias a la
presencia en el cartel del Espartero, cuyo
romance con la ganadera era un secreto a voces.
Yo soy bisnieto de Doña Celsa y del Espartero
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