El concepto de casta, lo hemos definido en alguna ocasión como la capacidad del toro para acometer, para buscar pelea incesantemente, para dar la cara en todas las suertes, para luchar y vender cara su vida. Y ello al margen de la bravura o mansedumbre, de la boyantía o nobleza en la muleta o del peligro y las complicaciones. El toro bravo, obligadamente debe estar encastado; es condición imprescindible. (...)
La casta se demuestra en esa condición constante de movilidad –entendida como esa actividad constante, galope, con recorrido, ritmo, agilidad y rapidez- y de acometividad; un toro inmóvil, quedado o parado, rara vez la tendrá.(...)
Probablemente a muchos críticos les guste más el toro ñoño e inválido, ese que sale día sí, día también, el que se mueve de forma sumisa y borreguil ante el engaño, el que se cae sin cesar durante toda la lidia y apenas puede con el rabo, el que se mueve penosamente entre la muerte súbita y el derrumbe estrepitoso, el que entra al paso como a cámara lenta, el que anda –cuando lo hace- arrastrando pies y manos. Ese es el toro que se canta como prodigioso tantos días, y a ese -apenas semoviente- se le hacen esas mil faenas portentosas que aclaman y proclaman tantos. A nosotros, sin embargo, nos gusta el toro en su integridad y el torero honesto que puede con él, lo domina y somete al mandato de su muleta, y añade las imprescindibles gotas –o torrentes cuando así se poseen- de clase, arte y estética. Pero siempre con la verdad por delante; con el toro de lidia y no con la babosa borreguil indecente y medio muerta.
De ahí que nos dolamos de la principal de las carencias del momento: la casta, la acometividad, esas ganas de pelea, su repetición incesante pese al castigo recibido, pese a la merma de facultades en la lidia.
Rafael Cabrera -Aquí el post "En defensa de la casta"-
Nota: “No creo en la casta, creo en la forma de embestir” (Miguel Ángel Perera)
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