Lo que podemos contar nosotros, en cambio, es una faena inolvidable, construida con inteligencia, ejecutada con la más acabada técnica, interpretada con arte.
Acabó con Dámaso, acabó con todos. El público valenciano estaba fuera de sí. Por los naturales y los derechazos limpis, largos, de impecable remate; por los hondos pases de pecho, por la verticalidad relajada del torero, que había sometido a la fiera y la traía y llevaba a su antojo, se diría que ajeno al rugido de aquella plaza puesta al límite del paroxismo, pues continuaba desgranando pases al ritmo cadencioso que imponía no la conmoción del graderío, sino el arte de torear; por aquel andarle al toro, con garbo, para cambiarle el terreno y engarzar una nueva tanda de muletazos, otra vez de bellísima ejecución. Nunca en toda la feria se había producido semejante clamor: «Torero, torero, torero!»
Joaquín Vidal (Crónica de la terde de los miuras en Valencia el 1/8/1978
Foto: Botán: Corresponde a una faena de Manolo Cortés en Madrid
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