Junio del 2006.
La sombra se convierte en un lujo y el paisaje
invita a la reflexión. Igual que sus vecinos, Antonio Corbacho vive
rodeado por un corral, pero también por algunos perros, un par de
gatos y un conejo de angora. La terraza de piedra es su Academia
particular. Allí, apoyado en su columpio, sienta cátedra. Corbacho
es tan sombrío como claro su discurso. De sus andanzas taurinas ha
edificado una filosofía cuyas raíces penetran en los orígenes del
humanismo, pasa sin transición de los filósofos griegos a los
ascetas orientales y desemboca en una teoría del toreo convertida en
disciplina marcial cuyo código de conducta está calcada de Buda.
Dicen que enloquece a sus toreros y algo de eso habrá. Pero también
es cierto que a todos les inculca una ética atípica ahora en el
mundillo, consistente en elevar honor y respeto alrededor del toro.
El camino que lleva de un lugar a otro atraviesa una vía estrecha
donde sólo el espíritu de sacrificio permite avanzar. Pero Corbacho
no impone nada. En su Academia de La Alcornocosa, con voz grave y en
tono casi cansado, se limita a indicar el camino. José Tomás fue el
primero en seguirlo.(...)
[…] Pocas veces el arte del toreo y la
espiritualidad han sido conceptualizados tan a sabiendas en una
filosofía en la que la condición del torero es reivindicada hasta
su último fin: la muerte aceptada como valor básico del proyecto
vital.(...). “Mi método de
preparación debe mucho a la cultura oriental : en el fondo, debido
al concepto de disciplina y de sacrificio para lograr el fin de tu
vida ; y en la forma como el culto a tu físico, a tu voluntad de
esculpirlo según tus necesidades, y a tu capacidad de morir por una
causa”.
Foto: Cuadernos de Tauromaquia
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