Ganadería. Seis toros de Juan Pedro Domecq. El primero, jugado de sobrero. Corrida de muy justo aliento, nobilísima astifina, dócil hasta el empalago.
La corrida de Juan Pedro Domecq, muy astifina, no tuvo mayor misterio ni fondo ni secreto. Casi el toro de laboratorio, reglado, previsible hasta la exageración. La fiereza domada en redomas hasta rizar el rizo y rozar la mansedumbre o la no bravura. Embestidas más o menos mecánicas. Particularmente meloso el son de un tercero que, asustadizo de salida, y entonces hizo amago de triscar, fue protestado. Hasta que se le encendió el resorte para ir y venir sin duelo. Literalmente exprimido, el cuarto, con más cuerda que gasolina, se vino incorregiblemente a morir a las tablas con el aire rendido del toro rajado. El segundo de la tarde -Morante al aparato- fue de bondad superlativa, pero tuvo momentos espásticos. Tuvieron muy poco trabajo los picadores, los caballos de pica fueron casi comparsas. El quinto se salió suelto de sus dos ataques desganados y fue el único que cantó la gallina. No se sabe por qué razón pitaron a ese toro en el arrastre. Sólo a ese
(Barquerito)
Nota: ¿Qué puede interesar lo que se hiciese a ese ganado?
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