En contraste con aquellos tiempos, hoy lo paso muy mal como espectador, porque no me gusta nada la situación actual de la fiesta; y no me gusta sencillamente porque no hay toro.
Ahora la técnica consiste en mantener al toro para que no se caiga. A un toro débil, como los que actualmente salen a las plazas, no le puedes bajar la mano al torearlo, porque se cae enseguida.
En vez de llevarlo largo y humillado, que es la manera de que el astado haga el recorrido lento, los toreros lo mantienen arriba y rectilíneo, con lo cual no lo gastan y le dan numerosos pases. Pero, en realidad, no le han dado ningún pase de poder; sólo han aprovechado el recorrido del animal. Cierto es que luego les conceden las orejas después de matar al toro, pero en realidad éste muere casi por cansancio.
Los diestros de la gran generación que antes he mencionado no toreaban mastodontes, sino toros ágiles, capaces de ir de un lado a otro de la plaza. Algo muy distinto sucede con los astados modernos, que son los toros de Guisando pero en carne. (...)
Es lo que ahora se lleva.
Quieren el toro mecánico, sin casta. Para solucionar semejante situación tendría que venir a los ruedos un torero de leyenda, alguien como Pedro Romero, que en su época escogía las reses más difíciles y mejor armadas.
Por otra parte, el público actual vive en función de la propaganda y lo mismo hace colas para ver una exposición que acude a la ópera o a los toros. Desconoce los principios de la fiesta, de modo que su diversión consiste en aplaudir y pedir orejas. De hecho, cuando los espectadores vuelven a sus casas, tienen la impresión de que han visto una buena corrida sólo porque se han cortado muchas orejas. Es algo que acaba por parecerse a las rebajas de los grandes almacenes.
¿Queda algo de la edad de oro de la lidia?
Muy poco pervive de aquellos tiempos memorables. El último torero que ha dado grandes lecciones en la plaza fue "Antoñete"
Francisco Brines (Cuadernos Hispanoamericanos-1999)
Foto: paula Villar