Los toros comienzan a ser no sólo aceptados sino motivo de enorme interés e incluso entusiasmo para intelectuales y artistas. Es cierto que no fue sólo Ortega el que actuó como redescubridor de la tauromaquia. Ahí estaban Pérez de Ayala y la personalidad interesantísima y sugestiva de José María de Cossío con el que Ortega, como es sabido, tenía una buena amistad. Asimismo la opinión del filósofo pesó mucho en su decisión de afrontar su gran obra Los Toros. Por su parte, Ortega no llevó adelante su proyecto Paquiro o de las corridas de toros, aunque sí nos dejó un imprescindible ensayo sobre tauromaquia. La Guerra Civil y la vida casi errante del filósofo tras ésta no eran las circunstancias adecuadas, incluso en términos orteguianos, para tales empresas intelectuales.
El interés de Ortega por la tauromaquia no era fruto del snobismo, ni fue consecuencia de una conversión repentina sino que venía de lejos. Los orígenes están, en opinión de su hermano Manuel, en la finca de Dehesas Viejas, propiedad de su tío José Gasset, ubicada en la provincia de Guadalajara donde, al parecer, el filósofo dio algunos lances a un becerro llamado Vinagre. Tras esta experiencia ya nada tendrá remedio. Además acudía a la plaza con su padre, José Ortega y Munilla, y sus hermanos.
Muchos años después, su biógrafo José Luis Abellán, describe los veranos de Ortega, antes y después de la Guerra, en Zumaya, “un lugar mítico de la geografía orteguiana”. La elección de este lugar para pasar la temporada estival se debió a la influencia de Zuloaga, amigo antiguo con el que compartía la afición por los toros y el frontón. También los acompañaba Juan Belmonte. Ortega mantuvo asimismo una buena amistad con el otro gran Ortega del siglo XX, el diestro de Borox, y con Antonio Díaz- Cañabate. Por cierto, Joaquín Vidal hizo una entrevista excelente a Domingo Ortega en 1985 en la que se dan referencias al respecto.
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Foto: José Ortega y Gasset toreando en la plaza de toros de Azpeitia (Archivo General de Gipuzkoa)
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