domingo, mayo 31, 2009

Tarde tras tarde (Capitán Alatriste)

TARDE TRAS TARDE
Tarde tras tarde, al terminar la corrida, comienza la peregrinación hacia el patio de arrastre. No sé cuántos días llevamos con esta romería. Muchos. Veintidós creo que dicen nuestros programas de mano. A menudo, salimos tan cabizbajos de la plaza, que nos dejamos guiar por el regatillo de sangre, bermellón y espeso, que muere en el desolladero. Allí dentro, la carne mansa y los tejidos descastados, se preparan para que en “Casa Toribio” nunca falte un rabo de toro. Ilusiones deshuesadas, al fin y al cabo.

Hemos visto más de 140 toros y, en los cenáculos del patio del desolladero, sólo salvamos a media docena: tres de José Escolar, dos de Palha y uno de Núñez del Cuvillo. Después, pinceladas sueltas y a pensar en la tarde siguiente. “Mañana pasará algo”, augurábamos en la despedida; pero tras la vigésimo segunda y última corrida, el mañana no llegó. Adolfo y Victorino apuntillaron la feria y nuestras quimeras de bravura.

El 30 de abril, cuando aún no había empezado San Isidro, y nos congregamos en el tendido 4 para ver la novillada de Moreno Silva, alguien comentó: “No os extrañéis que sea lo mejor en mucho tiempo”. Y acertó. Tanto en aquella tarde lluviosa, como en la corrida de Palha, la terna, inexperta y desbordada, perdió la partida. Pobres chavales. Dónde estarían entonces las poderosas muletas y las mentes preclaras de las figuras.

En Las Ventas corre otro reguero de sangre, este año especialmente caudaloso, que desemboca en la enfermería. En el sexto toro de Palha, pasadas las nueve de la noche, creímos que la estatua de Yiyo emergía del albero y se encarnaba en el cuerpo de Israel Lancho. Pero milagrosamente se salvó. Y el sudor de nieve no llegó. Y nosotros respiramos por él. Por un torero que nunca debió estar ahí. Hubo otras cornadas, menos graves, pero no menos aciagas. Miguel Abellán, Gimeno Mora, Luis Bolívar, Antonio Ferrera, Salvador Cortés… Muslos abiertos, medias empapadas de sangre y torniquetes inútiles. La gloria ambivalente de toreros descalzos camino de la enfermería. Toros y cornadas van unidos como matrimonio mal avenido.

Y por último, los triunfos. Aunque regada por sangre, la primavera llegó y la plaza floreció como la expectación y el ambiente reventón. Desde el patio de cuadrillas, atisbábamos la soledad de cada hombre. Momentos después, cuando acababa la faena irrepetible, el arte se hacía fugaz y los toreros miraban hacia el cielo velazqueño.Morante de la Puebla hilvanó con hilo de oro el toreo de capa. Eso debe de ser la gloria. Bolívar guardó celosamente la oreja ganada dentro del chaleco. Daniel Luque se agarró a ella con la fuerza de la juventud. Sebastián Castella salió por una Puerta Grande que, aquella tarde, resultó especialmente pequeña y efímera. Otros se fueron de vacío, pero los recordamos: Sergio Aguilar, Morenito de Aranda, Iván Fandiño o Miguel Ángel Delgado.

San Isidro se marchó entre atragantones de rosquillas tontas, toros dóciles y tormenta. Un rayo surcó el cielo en el ecuador bochornoso de la corrida de Victorino. “Hasta aquí hemos llegado”, tronaron los calvos tendidos antes de que cayera el sexto. La sangre, aguada por la lluvia, se perdía por la alcantarilla del patio de arrastre. Como la feria. Como nuestras huérfanas ilusiones de tarde tras tarde.
Foto: Juan Pelegrín

2 comentarios:

  1. El Capitán Alatriste1/6/09 9:57 a. m.

    ¡Ah, se nos olvidó! La foto del post es de Juan Pelegrín :)

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  2. Capitán.. que arte tienes¡¡¡ me has emocionado..

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