Ese
primer toro fue, sumando todo, el toro de la corrida. Y, luego, el
cuarto. A los dos les dio fiesta mayor Rafaelillo, consagrado ya como
maestro consumado en la especie Miura, no importa el género. A los
violentos y a esos dos de esta última tarde de feria de Sevilla
también. O al toro aquel del último San Isidro, que fue, dentro de
las de su género, la mejor faena del abono. No coser y cantar,
porque ante el toro de Miura se siente siempre un íntimo recelo,
pero sí una facilidad, una resolución y una claridad de ideas
sobresalientes. Y firmeza, y recursos, y listeza, y adivinar la
intención de cada uno de esos dos toros sin dejarse sorprender ni en
una sola baza. Sin miedo: el primero de la tarde, dolido de la
divisa, cabeceó con ese nervioso dolor de los toros de magro cuello,
y el torero murciano lo vio, sin embargo, claro. La calma de
principio a fin; la colocación; la administración de los tiempos,
distancias y terrenos; la ligazón y el temple, que fueron arma
decisiva. Y el salero, que no es nuevo en Rafael pero ha ido ganando
enteros. El salero genuino y no impostado: los cambios de mano por
delante en los cuartos muletazos de tanda antes de abrochar con
espléndidos pases de pecho de los de verdad. Calma, además, cuando
se empezó a apagar y hasta a pensárselo ese primer toro. Un
soberbio desplante. Con el ambiente volcado, no entró la espada. Un
pinchazo, media ladeada, tres descabellos, un aviso. Una de las
grandes ovaciones de la semana y de la feria. Y fiesta de parecido
calibre con el cuarto, que brindó a Javier Castaño. A ese cuarto lo
esperó de rodillas más cerca de los medios que del terreno propio
de la porta gayola, lo libró con larga científica y lo templó con
lances seguros y poderosos. Faena de las de alegrar con la voz al
toro, de tragarle dos recaditos en el momento justo, de traerlo en
distancia sin obligar pero sin dejar de gobernar. Al hocico la muleta
por la mano izquierda, una tanda mixta de tres y tres naturales, una
hermosa salida al paso. La gracia mayor de una trinchera en el mismo
platillo para abrir una tanda en redondo de mano baja y el dibujo en
semicírculo. Un desarme por abusar, pero solo por eso. Una estocada
soltando el engaño. Una oreja muy cara.
Barquerito
En su segundo, Rafaelillo anduvo animoso y sin que en ningún momento le llegase el agua al cuello. Él se ha visto con miuras de condición menos amable que los de ayer y no se le vio en su segundo pasar fatigas. Le arreó una serie con la derecha cuando parecía que ya no se podría, a base de oficio y de consentir y se tiró con rabia a una estocada de buena ejecución que quedó emborronada al perder el engaño, pero a estas alturas ¿quién se fija ya en las estocadas?
José Ramón Márquez
Foto: M. Berho
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