viernes, noviembre 28, 2008

Marcial Rodríguez

Ahí va el toro, puesto por tercera vez de largo al caballo. El picador se cruza hasta la Puerta de Madrid, le da el pecho del caballo y cita; el toro se fija. Espera. Cita de nuevo, y el adolfo, galopando con brío, acude a la pelea. La plaza brama con la bravura. El toro mete la cabeza debajo del peto, recarga y soporta crecido el puyazo que Marcial Rodríguez le ha puesto arriba sin rectificar. ¡Viva la suerte de varas!. El toro y el torero a caballo reciben la gran ovación de un público agradecido que ha tenido la suerte de presenciar un espectáculo único en vías de extinción: el tercio de varas.
Hay gente que dice que esto del caballo es una pantomima, una pérdida de tiempo y que lo importante, lo único importante, es el toreo de muleta. Había que ver a los aficionados levantando los brazos emocionados mientras el bravo toro de Adolfo galopaba. El tercio de varas debería ser el eje central de la fiesta, para recordarnos que los toros, antes que manejables, nobles, dulces, pastueños y “dejarse”, han de ser bravos y la medida perfecta de la bravura la indica la tercera vara, esa fabulosa tercera vara que nos ha hecho vibrar durante unos minutos que a nadie en la plaza (entre el público raso) han podido hacérsele largo
Dibujo: César Palacios. El dibujo corresponde a esa tarde del 2.6.2005

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