martes, marzo 29, 2016

Un fantástico toro de Pedraza, gran triunfo de Joubert en Arles (Crónica de Barquerito)

Un fantástico toro de Pedraza, gran triunfo de Joubert
Corrida de gran porte y brava de los hermanos Uranga, con un quinto excepcional. Reaparición feliz y afortunada del joven torero arlesiano tras dos años en el olvido
Arles. 5ª de Pascuas. 5.000 almas. Nubes y claros, templado. Dos horas y cincuenta y cinco minutos de función.
Seis toros de Pedraza de Yeltes (Hermanos Uranga). Vuelta al ruedo en el arrastre para el quinto, Dudanada, número 20.
Manuel Escribano, saludos y palmas tras un aviso. Thomas Joubert, aplausos y dos orejas. Juan del Álamo, una oreja tras dos avisos y silencio tras dos avisos.
Buenos puyazos de José Manuel Quinta, Óscar Bernal, Mathias Forestier y Paco María.
UN TORO SOBERBIO de Pedraza de Yeltes. Hermosísima prenda de 600 kilos. Colorado, ancha popa, armoniosas proporciones, la cuerna en corona, muy finas las puntas. Un galope sueltecito de partida. Hasta fijarse en el platillo mismo y enfilar desde ahí uno de los caballos de pica de Alain Bonijol. En el Anfiteatro solo sale un picador. Un primer puyazo memorable por la manera de meter los riñones y encajarse. Un segundo en ataque de largo y la misma entrega en el peto. Un quite de Juan del Álamo por tafalleras, dos, y la verónica vuelta de Jesús Córdoba. Réplica valerosa de Thomas Joubert por saltilleras. Galope bravo en banderillas y dos pares excelentes de Raphael Viotti. Y un brindis parsimoniosísimo al público de Joubert.
El primero de lote, encastado, guerrero, noble pero no siempre metido en el engaño, había sido el de su más que decorosa reaparición en Arles, su plaza y su patria. Este otro vino a ser algo así como el toro de su vida. Apuesta mayor: por la categoría del toro, que había empezado a ver y paladear casi todo el mundo en varas y después de varas, y porque, después de dos y casi tres temporadas apartado del toreo, el joven Joubert estaba obligado por la ley del ser o no ser. Fue que sí.
Una faena de larga y original trama, abierta con una inesperada pedresina, que fue como un cohete, y, empalmados con el cohete y el cartucho, el cambiado por la espalda, un excelso natural a pies juntos y dos de pecho amplios, largos, precioso el dibujo. Firme y encajado el torero, planta juncal, verticalidad natural, sueltos los brazos. Un clamor en la plaza. Una segunda tanda más en clásico: el molinete de entrada, cuatro en redondo y el cambiado por alto. Vino planeando el toro a la velocidad perfecta. Templada muleta. Un paseíto enojoso de Joubert entonces. Para tomar aire, para dejarse querer, para pensar, para creérselo del todo.
Y vuelta al toro. Tercera tanda: una arrucina de apertura, tres en redondo, un cambio de mano, el de pecho. Como a resorte el toro en todos los viajes. Todos de aliento, prontos, largos. Una ligera duda de Joubert al echarse la muleta a la izquierda. El pase de las flores ligado con el de pecho. Solución de la tauromaquia de Nimeño II tras su primer viaje a México. Y una segunda cumbre de la faena: al natural de frente sin prueba previa, dos naturales. Y un farol, que no salió, pero lo ligó Joubert con tres más seguidos, y el de pecho. Ya estaba toreando sin espada.
El toro estaba para lo que fuera preciso. Habría admitido hasta veinte viajes más. Incansable el fondo. Sin saberse, el tono de la faena había perdido intensidad. Los adornos a pies juntos se celebraron. No tanto como el toreo de mano baja. Pero hervía el público. De toda la ola de émulos de Juan Bautista –unos cuantos matadores arlesianos de alternativa- tal vez Joubert sea el de mayor sensibilidad. Media estocada. Parecía que sin muerte, pero en el último ataque el propio toro se tragó la espada entera y rodó sin puntilla. Clamor monumental. La vuelta al ruedo al toro. Las orejas para Joubert, que, cuando las tuvo en la mano, se fue a buscar al callejón a Paquito Leal, su maestro y mentor, torero ya retirado, patriarca de los Leal de Arles, lo hizo salir al ruedo, le entregó las orejas y lo abrazó con fuerza. Como hacen los náufragos al sentirse rescatados.
Con todos sus atributos y su volumen, la de Pedraza fue una señora corrida de toros. No se esperaba menos. Los seis fueron bravos en el caballo, nota sobresaliente de la corrida sin excepción. Al sexto, que pareció querer blandearse, le puso las tuercas en varas Paco María. Los seis fueron de largo. El sexto, que por hechuras desdecía de los demás, fue el garbanzote negro: ni un viaje regalado, no descolgó ni una baza. Juan del Álamo, poderoso y entonado con el tercero de corrida, se empeñó en recibir a ese sexto con la espada y no hubo modo.
El primero, cinqueño, de una hondura extraordinaria, fue toro noble pero escarbador, algo tardo y de los de sujetar porque quiso irse varias veces. Tenía, sin embargo, una golosa embestida humillada. Se extendió más de la cuenta Escribano en faena marinera. El propio Escribano quiso lucir al cuarto en el caballo como si se tratara de corrida concurso. No terminó de funcionar el invento, y no por culpa del toro, que fue en varas tan bravo como el que más, sino por otra razones. Demasiado sangrado en tres puyazos, el toro pecó de pegajoso en el último tercio. No pasó apenas nada. Si el toro quinto llega a jugarse de segundo y viceversa, es probable que Joubert se hubiera entonado más. Los toros bravos dan alas y parecen tenerlas.



Fotos: Isabelle Dupin para Apalusos


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