martes, mayo 15, 2012

Sobre la ganadería de Guardiola Soto



Desde que los toros de Juan Guardiola cedieron sus orillas arenosas a los flamencos, la laguna de Zarracatín subsiste envuelta en un halo de melancolía que evidencian las lágrimas de sal depositadas en sus márgenes. Juan Guardiola también probó estas lágrimas en su momento cuando, tras treinta años de constantes esfuerzos, fue obligado, por decisión familiar, a vender esta ganadería comprada por su padre y que atravesaba su mejor momento. “Los seis hermanos de mi padre no comprendían que una finca tan próspera potencialmente estuviera dedicada en exclusiva a los toros”, reconoce Juan Guardiola hijo. “Los toros han desaparecido de esta zona de Utrera que es la cuna histórica de los encastes”.
[…] La ganadería de Juan Guardiola Soto va a consolidar su carácter torista primero en Madrid, a lo largo de los años sesenta. El 13 de junio de 1963, protagoniza titulares: El Toro-Toro en la plaza”. Cuando sale el último, el cronista del Ruedo escribe: “Todos han ido al caballo de maravilla. Solo por esto merece la pena la corrida. Desfile de picadores. En la tercera vara el toro pelea como un león con el jamelgo y su lancero. Y otra vara. Por el suelo quedan cinco varitas de los monosabios. ¡Un toro como éste no lo ha toreado y matado nunca Antonio Ordoñez!”.
[…] Otra consagración esperaba al ganadero un año después, cuando el 8 de julio de 1976, su lote se lleva por unanimidad el premio a la mejor corrida de San Fermín, y “Tobardillo” el prestigioso trofeo Carriquiri reservado para el toro más bravo.
Este reconocimiento definitivo confirma los ofrecidos en las plazas de Madrid y Sevilla. Sin embargo, es el canto de cisne de un ganadero que pronto va a dejar de serlo. Porque en pleno apogeo, mientras que sus toros se habían vuelto ineludibles en estas tres capitales y constituían un referente torista para los aficionados, sus hermanos obligan a Juan Guardiola a vender la ganadería familiar […] Durante el resto de su vida, Juan Guardiola Soto recibió por parte de sus compañeros ganaderos un trato de señor. Él, que tanto había enriquecido otras vacadas con sus sementales –a veces la prensa le criticó porque habría preferido verle lidiar más corridas-, en su corazón, siguió siendo ganadero hasta el final. Y hasta su muerte, en 2007, conservó en el bolsillo de su chaqueta la pluma estilográfica con la que firmó entre lágrimas la venta de su ganadería.

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