¿Crisis del toreo? Pues algunos ya me dirán que no tiene sentido una tauromaquia simplemente basada en el derroche de valentía, ante toros imposibles, entendimiento arcaico del ritual. Sin embargo, yo hablo de una conjunción tan difícil de suceder en corridas mediocres, donde el toro peca por su ausencia. La reconstrucción de la afición, la salida de su crisis, parte por entender que el toreo moderno deshonra al toro, le reduce a su mínima expresión, en una interpretación maniquea donde el toro debe colaborar con el torero y no, en su naturaleza, luchar por sus pagos y su vida. Crisis que por demás sustenta cierto animalismo aficionado que busca la reducción del castigo, en un afán de defensa del toreo, pero que desconoce y al tiempo caricaturiza al toro, lo vuelve un actor de reparto, inherentemente secundario, en una lucha donde su combatividad le hace protagonista.
Una corrida tan rematada como la de ayer es
un oasis de afición y la Plaza de la Santamaría ayer fue un oasis
de seriedad y canon,
ante una temporada latinoamericana llena de mediocridad,
triunfalismo y bufonería. Una revelación incómoda para algunos de
una tauromaquia de dominio y valor, de técnica y saber, que revela
el engaño del postureo en los toros. Ayer, cuando las verdades se
revelan simples, yo sólo vi la materialización de las palabras de
don Domingo Ortega, una Plaza vibrando de otra forma y cinco razones
suficiente para sobrevivir esta afición a punta de mondoñedos.
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