En
estos momentos hay una buena cantidad de individuos que escudados en
una falsa bondad intentan prohibir todo lo que a ellos les parce
malo, cruel o despreciable. Entre ellos están los enemigos de la
fiesta de toros. Los antis son unos beatos hazañeros que por falta
de información y de valor civil arremeten contra la tauromaquia como
si en este país no hubiera otras problemas más serios y más
apremiantes.
Es
fácil hablar de la “barbarie” taurina y denostar a los que van a
las plazas de toros cuando se ignoran muchas cosas. Cuando se ignora
de dónde procede la piel de los zapatos, la carne de las
hamburguesas y cochinitas pibil. Es fácil pensar que el campo no
existe, que todo mundo vive en ciudades; negar que el horror real
está en los mataderos y en las granjas de pollos, borregos y
cochinos. Es gratificante pensar que el león pastará un día con el
cordero en una realidad gringa y hollywoodense. Es bonito pensar que
la muerte no existe; que la cultura de la tauromaquia es un invento
de gente zafia que odia a los animales.
Afortunadamente,
el aficionado a la Fiesta entiende todo, comprende las virtudes de
las cosas sublimes, la inutilidad de los discursos, la lenta y
terrible degradación de los mundos, de la cual nadie podrá escapar.
Y a pesar de ello, el aficionado entiende también la maravillosa
voluptuosidad de los sentidos, cuando estos conspiran para enseñarle
a los hombres el placer y la terrorífica belleza del Arte.
Para
el anitiaurino común y corriente, el heroísmo, la generosidad y el
sacrificio no tienen cabida en su mundo postmoderno y color de rosa.
Por eso jamás leerán al filósofo galo Francis Wolff, quien dice
claramente que el toreo es maravilloso porque: “El torero sabe
estar, porque sabe ser torero, es decir, aguantar. No ceder, no ceder
terreno frente a la adversidad, frente al miedo, frente a la muerte,
pero sobre todo hacerlo con desapego, lo más cerca del toro, lo más
lejos de sí mismo.”
Para
el antitaurino, el animalismo es mejor que el humanismo, y por ende
el ser humano no es superior a los animales. ¡Ojo! el aficionado a
los toros es el menos ajeno al sufrimiento animal, por eso celebra un
rito pleno de vida y muerte, pero con lealtad y respeto.
Sin
embargo, no todo lo que pregonan los talibanes del abolicionismo
taurino está mal pensado. El día que no tengamos que comernos a los
animales, el día que la muerte sea cosa del pasado y que el mundo
sea de nuevo el Paraíso Terrenal, las corridas de toros deben
forzosamente dejar de existir.
Mientras
llega esa fecha tan feliz y deseada, habría que entender que, entre
otras cosas, la tauromaquia sirve para enseñarle al ser humano
pensante que a la hora de la verdad no se puede ni se debe voltear la
cara, tal y como lo demuestran los toros bravos y los toreros
pundonorosos cada tarde y en cada plaza.