El
aire y la manera de estar y arriesgar de Rafaelillo encontraron eco
perfecto. Esa gota ya no tan nueva en él de sosegada y natural
torería: el modo de entrar en suerte y salir de la cara, los
tiempos, la calma de muletazos sueltos a cámara lenta, el orden y la
disciplina de dos trabajos nada sencillos: por la manera de probar,
tardear y avisarse el primero, por la forma de apalancarse el cuarto
y consentirle sus inciertos viajes a media altura.
Barquerito
Grande,
grande, Rafaelillo, hecho un torerazo con el brusco primero, ante el
que derrochó valor e inteligencia.
Antonio Lorca
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