La
frase más tosca y peor redactada ha debido pensarse mínimamente
antes de darle a la tecla. Ha debido construirse. Por seguir con la
rabia antitaurina, si un torero es cogido gravemente, el comentario
en el bar sería más o menos: “Ojalá el toro lo hubiera matado”.
Un tuit, se quiera o no, es siempre un poco más elaborado: “Lo
único que lamento es que no te reventara la femoral y te desangraras
como un cerdo, hijo de puta asesino”, por ejemplo. Esto queda, se
retuitea y se propaga, a diferencia del comentario oral. Guste o no,
hay ahora un lugar plagado de frases deseándoles la muerte a otros,
o amenazándolos con ella. Frases que flotan indefinidamente, que
permanecen, que no se las lleva el viento, como se decía
tradicionalmente que ocurría con las palabras. Pasar a la
realización de los deseos es tanto más tentador y fácil cuanto
menos efímera es la expresión de esos deseos, o cuanto es más
persistente. En lo escrito no se suele matizar con el tono, sea de
exageración, de guasa, de ganas de provocar y escandalizar… sin ir
del todo en serio. Cabe la literalidad en mucha mayor medida que en
lo dicho. A todo esto tampoco se le concede importancia, o apenas. El
paso siguiente a la literalidad, sin embargo, el que jamás debería
darse, es cumplir las amenazas y los deseos… eso, al pie de la
letra, como si aún fueran sólo frases.
Javier Marías- Las palizas y las frases-
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