Tras
el toque de los clarines tempraneros, salió el toro -el novillo, en
este domingo de finales de marzo-, sobrevino un aviso, una
advertencia, casi inapreciable, en el primer tercio, después una
buena faena, con coraje y cabeza, dos tandas notables, por el pitón
derecho y por el izquierdo, los primeros olés, un error ínfimo al
final de la faena de muleta, casi sacando al novillo para entrar a
matar, un arreón, un golpe seco, un grito; y lo que pudo haber sido,
no se sabrá nunca. Sólo quedó la imagen -que sacudía con
violencia la memoria de otras cogidas- de un hombre, un torero, boca
abajo e inerte sobre la arena; los brazos en cruz, las manos muertas.
La cuadrilla que corría en su auxilio hasta el tercio, por un ruedo
inacabable, el de Madrid, donde todos los terrenos están siempre tan
lejos, de los burladeros, del resto del mundo. La mandíbula que se
cerraba obstinada a causa del impacto contra el albero y el aire que
no entraba en los pulmones.
La
congoja mientras la procesión, con el novillero en brazos, se
dirigía hacia la puerta enrejada de la enfermería de Las Ventas,
que se abría, demasiado madrugadora esta vez, en el primer festejo y
el primer toro de la temporada.
Texto:
Gloria Sánchez Grande – Aquí el artículo completo-
Foto:
Andrew Moore
No hay comentarios:
Publicar un comentario