Domingo
19 de marzo del 2017-03-20
Decimonovena
corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Piedras
Negras triunfa de manera colosal
Gastón
Ramírez Cuevas
Toros:
Seis de Piedras Negras, de excelente trapío y juego. Todos fueron
aplaudidos de salida y los primeros cinco fueron ovacionados en el
arrastre.
Toreros:
Antonio García “El Chihuahua”, al que abrió plaza lo despachó
de entera caída: silencio para el torero y ovación al toro. Por la
cornada a Antonio Romero tuvo que matar al cuarto toro y estuvo
lamentable con los aceros. Dos avisos, rechifla al diestro (?) y
ovación fuerte al toro.
Por
razones que rebasan toda lógica, el jurado le asignó el quinto del
festejo. Ahí García pinchó sólo una vez y luego se quitó de
enfrente al astado mediante un bajonazo infame: pitos tras aviso y
gran ovación al toro.
Juan
Fernando, al segundo lo pinchó varias veces y lo intentó
descabellar en multitud de ocasiones con muy poco acierto: dos avisos
que bien pudieron haber sido tres. Ovación al toro y bronca al
torero.
Mario
Aguilar, al tercero lo pasaportó de un pinchazo, entera habilidosa y
certero golpe de descabello: silencio sepulcral tras dos avisos y
ovación al toro. El jurado le concedió la muerte del sexto. Aguilar
cortó por lo sano con una entera baja: silencio.
Antonio
Romero fue herido de gravedad por el cuarto de la tarde. El
respetable le tributó una carretada de aplausos mientras lo llevaban
a la enfermería.
Entrada:
unos cuatro mil aficionados.
Antes
de entrar en materia, es necesario aclarar que en estas corridas de
la oportunidad (?) cuatro toreros modestos matan un toro con opción
a que (si quedan bien) un jurado misterioso les conceda lidiar al
quinto o al sexto burel del festejo.
Ahora
sí, a lo que íbamos. El ganadero don Marco Antonio González Villa
mandó a la plaza México el mejor encierro de las últimas décadas.
Los seis toros fueron un ejemplo de presencia, bravura noble y clase.
Desgraciadamente,
tres de los cuatro coletas encargados de lidiar a los toros
tlaxcaltecas estuvieron muy por debajo del encierro. Y el otro, el
pobre muchacho zacatecano Antonio Romero, iba por la senda del
triunfo cuando el cuarto de la tarde le echó mano y le propinó una
certerísima y muy grave cornada en el intestino recto.
Ya
lo dijo el escritor taurino Carlos Castañeda en su libro sobre esta
legendaria ganadería: “…el toro tiene que acometer, que
embestir, pero también tiene que ser bien lidiado para desplegar con
todo rigor la bravura que ha buscado el criador. Un toro bravo no
siempre corre con la suerte de encontrarse con un buen lidiador o
con un torero dispuesto a no regresar a casa.”
Y
efectivamente, salvo el cuarto de la función, que estaba siendo muy
bien toreado por Antonio Romero hasta que sobrevino la cornada, los
otros cinco toros cayeron en manos de una tercia de individuos que
bien harían en cortarse la coleta y dedicarse a las labores propias
del hogar.
Del
primer espada, “El Chihuahua”, diremos que es un clown
hecho y derecho. Pero hay payasos con mucho más valor y oficio.
Desperdició impunemente al que abrió plaza, un toro espléndido que
embestía con alegría y humillaba que era un contento. Igual o peor
estaría en el cuarto, al que mató merced al percance sufrido por
Romero. En el quinto, mismo que le fue regalado por vaya usted a
saber qué individuos, su actuación fue patética, punto.
Juan
Fernando dio una cátedra de falta de oficio y gran temor, pasando
las de Caín frente al segundo, otro excelente bicho que en otras
manos se hubiera ido sin orejas al destazadero. Los adjetivos
lamentable y catastrófico definen con justicia su labor.
Mario
Aguilar, el tercer espada, no es ni la sombra de lo que fue. Su falta
de decisión y sus dudas dieron al traste con sus dos toros (tercero
y sexto). Los gritos de ¡Toro, toro! Le acompañaron toda la tarde.
Diremos en su descargo que en su primer turno logró pegar un
ramillete de buenos naturales, pero eso fue todo.
Antonio
Romero fue el único que se quedó quieto y entendió al bravísimo
cuarto de la tarde. Bien estuvo el muchacho zacatecano con el capote
y con la muleta, templando y aguantando. Fue una verdadera tristeza
ver cómo, en un descuido, se llevó un tabaco muy serio. Ojalá se
reponga pronto y las empresas le tomen en cuenta.
El
verdadero y único triunfador de la corrida fue el ganadero. Marco
Antonio González fue sacado al tercio con mucha fuerza después del
quinto toro. Pero ahí no quedó la cosa, al final del festejo, el
público conocedor le obligó a dar una apoteótica vuelta al ruedo.
Muy pocas veces en la historia del toreo se ha visto a un criador de
bravo recorrer el anillo sin la compañía de algún torero o sin que
a sus pupilos les hubieran concedido algún reconocimiento oficial,
como la vuelta al ruedo, el arrastre lento o el indulto. El fervor
popular, la máxima autoridad en las plazas de toros, fue la razón
del merecido homenaje al pundonoroso ganadero de Tlaxcala.
La
Fiesta, afortunadamente, sigue teniendo momentos de grandeza. Y esos
seis toros de Piedras Negras quedarán para siempre en la memoria del
aficionado, por bravos, nobles y guapos.