lunes, abril 07, 2014

"Y es que la cosa, señores, tiene su miga" (Desperdicios)


Acertadísima Sánchez-Grande, como tantas otras veces; y es que la cosa, señores, tiene su miga.
El galimatías proviene del demencial concepto de "cultura" con el que hoy nos bombardean, que en la actualidad ha tomado al cine como último avatar dominante. Las veces que me he sincerado en corrillos de universitarios y pequeñoburgueses (las clases que se toman por "cultas") y he espetado a la buena de Dios que a mí el cine me la suda, la incomprensión ajena ha sido generalizada. Hoy día, ver películas y series, saber de cine, directores y actores es condición necesaria para pertenecer a la aburridísima órbita de los cultos. La música, la novelilla, el teatro, los museos y el turismo son aceptados de igual modo en estos círculos y publicaciones, así como desde hace unos años la "gastronomía", forma churrigueresca e intelectualizada de la pitanza. Si escucháis los argumentos populacheros para justificar todo esto, la más de las veces os encontraréis con un esteticismo tan cursi como sublime, que podríamos sintetizar en la tesis: "cultura es todo producto que provoca un trasvase de sentimientos purificadores al espectador, que con ello cultiva su alma." La definición podría incluir como productos al fútbol, a las discotecas, a los toros o a la religión. Pero todos sabemos que, de hecho, estos productos siempre son ninguneados por el esteticismo sublime de los cultos; y esto es así porque son productos que no se adaptan al esquema sentimentalista y moralizador más puro, cuya destilación más perfecta es el cine -fusión de imagen efectista, música y novela.
Como bien sugiere Gloria en este caso, tratar de "adaptar" los toros al esquema "culto-cinematográfico" es un imposible reduccionista y majadero. Los toros pertenecen a una sociedad previa a la actual, y su celebración tiene más que ver con el antiguo "hecho social total" de Marcel Mauss -integrador a la vez de nación, religiosidad, economía, fiestas y juegos populares, etc.- que con la actual sociedad del espectáculo y sus productos de ocio culto para consumir en casa o en el centro comercial. El torero y la Fiesta actuales no tienen nada qué hacer si pretenden equipararse a los ídolos del cine en su merchandáising. El producto cinematográfico es adaptable, traducible y reproducible, una mercancía-espectáculo en el universo de las mercancías; los Toros no lo son ni de coña, y su "venta" al público reside exclusivamente en el arcaísmo, la autenticidad y la ritualidad en el marco de su cultura madre.

Desperdicios

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