La mañana
en que conocí el miedo tendría yo cinco años, un anorak azul y un chandalillo.
Lo sé porque nos hicieron una foto en la plaza de Azpeitia, con el fondo gris
denso de un día nublado, el verde hirsuto de los montes de Guipúzcoa y las
chimeneas oxidadas de las fábricas. Salimos al alimón mi padre y yo. La becerra
tenía que pasar bajo el capote que agarrábamos uno de cada lado. Recuerdo un
miedo atroz, un miedo paralizante, un miedo que me quedaba enorme, metálico,
compacto, sordo. Me estaba temblando el mundo, que en ese momento estaba
invadido en todo su ancho imaginable por los ojos brillantes, cálidos, dulces y
al mismo tiempo aterradores de la becerra. No existía el universo más allá de
esos ojos y casi ni escuchaba las voces, distorsionadas, de las órdenes de mi
padre y los amigos del callejón. La vaca se arrancó y pasó y no sé decir lo que
hice, pues fui presa del pánico, pero algo haría mal, pues el animal se
revolvió, metió su hocico debajo de mis nalgas y me hizo volar. En un segundo
me vi a salvo en el callejón de la plaza y al echarme mano de la nariz tenía
los dedos manchados de sangre y un dolor en la cara largo y hondo como la
sirena de un barco. Debí llorar de rabia y, enfadado, salí de nuevo al ruedo.
«¿Seguro, Chapuli?», me preguntó él. Tal vez fuera mi primera decisión. Ya no
recuerdo el miedo; solo el sabor mineral de la sangre en la boca, los puños de
niño cerrados con una rabia monumental, no contra la becerra, sino a favor de
mí mismo y de mi dignidad lastimada. Estaba conociendo la vida.
Pasado el susto, anduvimos por el
tercio, riendo atropellados, yo mirando desde abajo a mi héroe y agarrándole
los vuelos de una chaqueta austriaca. Dentro de nosotros mismos éramos Joselito
y Belmonte y Antoñete y Curro y todos los toreros que han sido. Éramos grandes,
puñeta. En el hombro izquierdo, mi padre llevaba colgado el capote y ese trozo
de tela había sido el cordón umbilical entre los dos, el cable de un calambrazo
de conocimientos, códigos y gestos que compartiríamos en adelante y que han
viajado entre generaciones desde milenios como el mapa de nuestro tesoro. Hoy
daría una mano por tenerlo a él y a ese capote. Solo me queda el enorme regalo
que me hizo ese día y que guardo en los altillos del corazón, en la mar chica
del puerto del maestro Alcántara, donde siempre andan buscando los buzos la
llave de nuestros recuerdos. No sé cuál es el riesgo que tomó mi padre, ni qué
podría haber pasado si hubiera salido mal. No sé si se puede comparar aquello
con el peligro de subir a un crío a un caballo, de que viva con un perro, de
llevarlo en bici al cole, de rodar con él un anuncio en una avioneta en plena
acrobacia, de subirlo a torres humanas o de lanzarlo al aire solo para
arrancarle una sonrisa. Cuando veo esta España linchadora, asesina de
pluralidades, dictadora e incapaz de comprender nada que exceda su gusto
particular, su moda o su limitante esquemita de filias y fobias, cuando veo
cómo se comporta y piensa la gente de esa auténtica España de pandereta,
entonces me planteo si crecí siendo una persona normal. Y espero que no.
Quería compartir mi experiencia con el mundo del toro, conocí una ganadería de toros bravos de la mano de Quería compartir mi experiencia con el mundo del toro, conocí una ganadería de toros bravos de la mano de Bull Watch Cádiz y cambió mi concepción del mundo taurino, fue algo maravilloso, una experiencia en un entorno natural que recomiendo a todos, aficionados y no aficionados. , y cambió mi concepción del mundo taurino, fue algo maravilloso, una experiencia en un entorno natural que recomiendo a todos, aficionados y no aficionados.
ResponderEliminarSi haces eso ahora y lo públicas en las redes sociales, la defensora del menor de tu comunidad autónoma,que esta puesta ahí por el partido de turno para chupar del bote, te intenta quitar la custodia.
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