Les copio la crónica de Barquerito:
Un épico espectáculo
Corrida imponente de Cuadri –dos toros muy nobles, un triunfo memorable de Sergio Serrano, heridos aparatosamente Paulita y Pérez Mora, que toreó con auténtico primor
Azpeitia (Guipúzcoa), 31 jul. (COLPISA, Barquerito)
Azpeitia. 1ª de feria. Entoldado, templado. Tres cuartos de plaza. Dos horas y veinte minutos de función.
Seis toros de Hijos de Celestino Cuadri.
Antonio Gaspar “Paulita”, herido por su primero al cobrar una estocada. Gran ovación cuando se retiró por su propio paso a la enfermería. Pérez Mota, oreja y herido por su segundo al cobrar una estocada trasera. La cuadrilla recogió una fuerte ovación. Sergio Serrano, que mató el tercero y los dos últimos, silencio tras aviso, saludos y dos orejas.
De pronóstico reservado los dos toreros heridos. La cornada de Paulita, puntazo en el cuello que afectó a la carótida. La de Pérez Mota, de tres trayectorias de 8, 5 y 4 cms. en el muslo derecho. Los dos matadores, derivados al Clínico de San Sebastián.
Paco María picó con valor y acierto a tercero y sexto, y fue muy ovacionado. Juan Contreras lidió muy bien al segundo.
NO FUE UNA TRAGEDIA, pero estuvo a punto de serlo: el primero de los seis toros de Cuadri le pegó a Paulita un puntazo en el cuello cuando enterraba la espada en todo lo alto. El cuarto prendió de lleno a Pérez Mota por la ingleen la reunión de la estocada -hasta la cruz pero trasera-, lo hirió mientras lo volteaba tratando de sacudírselo, lo tuvo inerme en el suelo a su merced y solo dos o tres capotazos providenciales de su gente arrancaron al toro de su presa. Pérez Mota entró en la enfermería desvanecido.
Se supo a tiempo que las dos cornadas habían sido más aparatosas que graves, pero el festejo se vivió en ambiente de angustia desde el principio –lances de brazos bien tirados de Paulita en el recibo del primero, dibujo muy airoso, planta juncal, buena cintura- hasta el mismísimo final, cuando el albaceteño Sergio Serrano se entregó con la espada para hacer rodar sin puntilla y tras breve agonía de bravo a un sexto toro de 670 kilos de tablilla y a solo tres meses de cumplir los seis años.
Un toro gigantesco, largo, de hondura y cuajo insuperables, badanudo y papudo, descolgado y abierto de cuerna, muy corto de manos. De fondo y estilo fieros pese a mansear asustadizo de salida, a protestar en el caballo pero sin llegar a irse –dos y casi tres puyazos soberbios de Paco María- y a cortar y esperar en banderillas como tantos toros de Cuadri. En cada embestida el toro rebufaba, el aliento era seña de fiereza, cada viaje era un mundo. Imponente la entereza de Serrano.
La misma firmeza que ya había exhibido ante los dos toros menos propicios de la corrida: un tercero listo, pegajoso, escarbador, con la listeza propia del cinqueño, y un quinto a veces descompuesto, incierto, que se le vino al vientre en dos o tres cites por la mano izquierda y terminó distraído y pegando topetazos.
Para entonces la plaza era un puro hervor de emociones y sobresaltos. No solo por lo que pesaba el parte de guerra. Es que la combatividad tan peculiar de los cuadris, y su manera de copar tiempo y espacio, tenían marcado el espectáculo. Paulita había toreado muy bien con la izquierda al primero, uno de los dos más nobles de la corrida; Pérez Mota cuajó a gusto, despacio y en pureza al segundo, el mejor de los seis: la muleta en el hocico, ese toreo rancio al hilo del pitón que es tan difícil, ni un enganchón, cuatro tandas parsimoniosas ligadas, una seguridad notable. Muy pulida faena, de compás hermoso, un concierto espléndido de la banda y una estocada. Una oreja y casi dos.
Con el cuarto –se corrieron turnos de suelta tras la baja de Paulita- apareció otro Pérez Mota, de gran habilidad y muchos recursos, pues ese otro toro fue de celoso aire, correoso, de revolverse en un palmo. Y tocó bajar la mano, saber y poder. Era la primera vez que el torero de El Bosque toreaba en Azpeitia. No será la última.
La fiesta, por encima de todo, llevó sin embargo la firma épica de Sergio Serrano, que llevaba un año sin vestirse de luces. Su asiento impasible, el valor sin límite, para trajinar al quinto y consentirle. ¡Abrir faena en los medios de largo sin saber si el toro iba a querer engaño o no! Y terminar trabajo toreando por manoletinas y de rodillas cuando se le fue al toro el fuego. Y, en fin, una última faena memorable por su serio arrojo, por su decisión, por su encaje a pesar de que cada embestida de la fiera lo desaconsejaba. Por la manera de ganar el pitón contrario a la manera de Dámaso. Por la manera de respirar tan tranquilamente mientras la gente apenas aguantaba el miedo. Formidable. Todo verdad, solo verdad.
FIN
Foto: André Viard para Aplausos