Era éste un toro llamado Camisita por mal nombre, de 544 kilos, cárdeno claro –arromerado, decíamos antes- tocado de pitones y bien puesto de cabeza, manso en varas y aunque incierto, el que dio mejor juego de los de Partido de Resina. Se fue el matador a recibirlo a porta gayola, lo consiguió (no así en el quinto, que se le paró de salida), y le dio algún que otro delantal bueno en terrenos del tres. Luego lo dejaría, pinturero, con un recorte para la segunda vara, luciéndolo al dejarlo de lejos. Bien. Y con la muleta conseguiría darle dos buenas series, en redondo, mediado el trasteo, con algún buen pase de pecho y bellos trincherazos al inicio y final del muleteo. Una faena más que aseada, que se decía antes. Y eso que el bicho se revolvía (acabó desarmando en uno de ellos), miraba e iba con la cara alta. Pero el diestro madrileño anduvo muy firme, y tras unas manoletinas con sustos (por ceñirse el toro), le dejó una estocada levemente desprendida, después de un pinchazo por arriba y un aviso. Se adornó a la hora de la muerte y aunque hubo leve petición, no era suficiente y el usía le negó la oreja. Dio una vuelta al ruedo justa. ¡El toro se aguantó la muerte, amorcillado, una barbaridad!
Rafael Cabrera- Aquí la crónica-
Fotos: Andrew Moore
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