El toreo es tragedia. Axioma fundacional.
Concepto innegociable. Trauma que lo convierte en Verdad, que lo legitima como
el único rito iniciático que se mantiene en el sentir humano de una humanidad
ida, perdida, avocada a la desinteligencia artificial. Así es y así deberá ser
para asegurar su contemporaneidad, ahora y siempre (amen – paradigma de la
liturgia) para pelear porque los nietos de nuestros descendientes puedan
despeinarse con el viento y empaparse en salitre.
Sin embargo aquellos para los que
la fiesta de toros y su concepción inmaculada no es vital en sus vidas, los
mercaderes del templo (ya sean taurinos, aficionados o pisa fincas) llevan
tiempo dando la tabarra con “la necesidad de cambio”, ultrajando palabra tan
bella como es “evolución”, hablando de “adaptarse a los tiempos modernos” a
“una sociedad que no está preparada para la violencia de la tauromaquia” estos
que no aman la esencia de las cosas sino sus, habitualmente pueriles,
necesidades de pintar la mona, deliberan, filosofan en introducir
modificaciones, desde majaderías como la pistola laser apuntilladora hasta
debates más profundos como el de “eliminar la sangre o …toda la que se pueda
eliminar”.
Al Sanedrín de notables y la masa
feble les ha llegado esta necesidad de cambio y la han aceptado como dogma de
fe, pero como no son rápidos en sus decisiones (en realidad el único consenso
que parecían tener, era que los toreros debían cobrar menos, prácticamente la
caridad) el cambio se ha producido y no se han dado cuenta. Queridos amigos don´t freak out, la revolución ya ha
llegado y afortunadamente no ha sido por ninguna de vuestras “aportaciones”, ha
sido, como todas las revoluciones, una revolución popular.
El cambio no se ha producido en
el desarrollo de la lidia, ni en la introducción de cosas nuevas, ni en adaptar
el modelo vegano al toreo, el cambio se ha producido en los tendidos, en el
ansiada e imprevisible rejuvenecimiento del público que asiste a las corridas
de toros. Hablo desde el estudio antropológico de lo que llevamos de Feria de
San Isidro. Y por ello constato que el público –siempre heterogéneo- que acudía
a la feria (para berrinche de todos los Monedero$ con malaje) ha cambiado o se
ha incrementado con una turba de chavales y chavales, jóvenes y "jóvenas" sin
prejuicios, con muchas ganas de vivir, sin ningún complejo, hastiados de que
les aticen ostias por todos lados simplemente por el hecho de ser aficionados a
algo, contestatarios ante la agresividad de los que no piensan igual, estos “nuevos”
que encuentran en la tauromaquia argumentos
para ser felices son el futuro y lo van a pelear, no son condescendientes con
el enemigo.
Es también cierto que han
cambiado la fisonomía del comportamiento del público de Las Ventas, como
consecuencia lógica, quizás nos sorprendan determinadas concesiones de orejas,
puertas grandes, comportamiento, ausencia de protestas, etc. Nos encontramos
ante un público que lleva puesto el vestido reaccionario y que convive en esa
tensión “anti” y tiene que demostrar que está de fiesta, que está pasándoselo
bien, a ello añadimos que es un público “tierno” que no tiene tantos
conocimientos catedralicios y que tampoco va a empeñar su vida en educarse
“friquisimamente” en la tauromaquia, pues comparte esta afición con el resto de
hobbies normales en gente joven normal. Es un público que eso sí se hincha de
orgullo viendo que entre el público acuden sus ídolos: Calamaro, Taburete,
Pablo López, DelaPurissima y que artistas jóvenes y transgresoras como Rosalía
no dudan en usar la iconografía taurina en sus video clips.
La confrontación con el público
“habitual” es normal y saltarán chispas de incomprensión pero hay que entender
que estos “nuevos” crecerán como aficionados y también marcarán pauta en el
futuro, que precisamente es lo único importante “El Futuro”.
Y ante los cuartos de plaza en
otras ferias de primera que estamos viendo en este tormentoso mayo, el ligero
consejo de que los taurinos intenten contagiar a más público joven del
atractivo del toreo y consigan darle la vuelta a la batalla.