Cada vez que leo algo sobre la ley animalista de Baleares, las reglas que establece, las reacciones que ha provocado, siento pena por el único afectado en todo esto: el toro bravo. Despojado de solemnidad, insultado, amarrado a su forzada e inesperada condición de mascota. Imagino un futuro de ganaderías convertidas en parques de atracciones con toretes de esos que salen en los vídeos virales –los juguetes de los adultos convertidos en pasto intelectual- que se dejan acaricia...r, a los que se les puede dar de comer con la boca, montar en ellos, que corretean sobre hierba artificial.
Venderán productos para ducharlos, limpiarles los dientes y ponerles pañal, completando el círculo de atenciones del galgo de salón a la dehesa y de ahí supongo que a la Sabana, el último reducto donde las criaturas hacen lo que siempre han hecho: correr, dormir, comer y dejarse comer. Pobres toros.
Juan Diego Madueño
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