La
tauromaquia y su representación artística viven a fines del siglo
XVIII su edad de oro. La más célebre de todas es la de Goya, que no
se editó hasta 1816. Antes, otros artistas habían tratado del tema,
como Juan Cháez.
De
este escultor, el Museo Nacional del Escultura posee un grupo de
exquisita rareza: una tauromaquia de 1790, concebida como una serie
narrativa que representa las suertes de la lidia moderna, retrata a
toreros ilustres y reproduce los ricos atuendos del oficio.
Las
figuras combinan la madera policromada y un refinado trabajo de
sastrería artesanal, que se presentan ahora por primera vez, tras
una laboriosa y compleja tarea de restauración.
El
título de la exposición, «armarse a la suerte», remite
figuradamente a esa riqueza indumentaria y al rito de ataviarse para
la lidia. «Armarse» significa revestirse, guarnecerse; en suma, dar
dignidad ceremonial, a través del traje, a la gravedad del
acontecimiento. Y es que el esmero del atavío era el primer acto de
esta fiesta ritual, cuyo núcleo es la «suerte»; es decir el sino,
el destino, el espacio del riesgo y la incertidumbre.
Nota: Si tienen ocasión de verla no la desaprovechen
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