En agosto de 1931 Charlie Chaplin asistió a una corrida de
toros en la plaza de San Sebastián. Tras finalizar el espectáculo realizó la
siguiente declaración:
“In bullfights, everything is combined: color, gaiety,
tragedy, bravery, talent, brutality, energy and strength, grace, emotion... It
is the most complete of all spectacles. From now on, I cannot do without
bullfights.”
"En las corridas se reúne todo: color, alegría, tragedia,
valentía, ingenio, brutalidad, energía y fuerza, gracia, emoción... Es el
espectáculo más completo. De ahora en adelante, ya no podré seguir sin corridas
de toros».
No he podido dejar de fijarme en un aspecto de la cita
que viene a poner en evidencia ese tostón amanerado que podría calificarse como
tauromaquia contemporánea.
Y es que, a pesar de utilizar 10 términos para calificar
el acontecimiento que acababa de presenciar, entre los mismos no hay uno solo
que haga referencia a las cualidades artísticas del mismo. Por decirlo de otra
manera: ni una sola de estas palabras se podría encontrar dentro de una crónica
de esa cosa a la vez patética y ridícula llamada Cultoro.
Se puede alegar que el color y la gracia poseen
cualidades estéticas evidentes, pero no directamente relacionadas con el ámbito
de la creación artística. Es indudable que una corrida de toros es un
espectáculo colorido, pero esa es su esencia, no una creación premeditada de
ninguno de sus actores.
La gracia, por su parte, se define en el diccionario como
“elegancia, armonía y desenvoltura de los movimientos de una persona o un
animal”, con lo que viene a convertirse en una cualidad más, pero no la
intrínseca. Se podría casi llegar a decir que es una especie de broche a todo
lo anterior.
Sin embargo, términos como “tragedia”, “valentía”,
“ingenio”, “brutalidad”, “energía”, “fuerza” o “emoción” parecen sacados de una
obra de Homero. La brutalidad de Aquiles, la valentía y fuerza de Ajax, el
ingenio y energía de Ulises... lo que nos lleva a pensar que la corrida
contemplada por Chaplin se pareció más a un combate heroico que a un ballet
aflamencado rebozado en sangre.
Ahí lo tienen, la opinión de uno de los grandes artistas
de la modernidad está más cerca de la de cualquier de esos aficionados
calificados como talibanes o trogloditas que de la de esos pedantes popes del
horterismo que nos torturan con sus abortos de sicofante desde sus medios de
deformación.
Con el triunfo de este esteticismo falso y barato, porque
eso es lo que es, más cerca de Locomía que de un ballet ruso, se ha llegado a
una situación tan deprimente y bochornosa que no me extrañaría que, si Chaplin
hubiera vuelto a los tendidos de una plaza de toros hoy en día, al salir
hubiera declarado algo por el estilo:
“En las corridas se reúne todo lo malo: aburrimiento,
monotonía, cobardía, picaresca, vandalismo, abulia y borreguismo, falta de
gusto y sordidez... Es el espectáculo más horrible que existe. Creo que no
volveré en mi vida a una corrida de toros”.
Y a muchos buenos aficionados no les hubiera sonado raro.
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