lunes, marzo 26, 2018

Fortes




TOREÓ MUY BIEN Saúl Fortes dos victorinos de pinta, traza, estilo y condición bien diferentes. Un tercero cárdeno, largo, veleto y vuelto, de anchas sienes, muy ofensivo, la edad recién tomada, el más ganoso y noble de la corrida; y, fuera del tipo propio del encaste, un sexto negro entrepelado, frentudo, bien pero razonablemente armado -mazorcas gruesas, cuerna reunida-, poderosos pechos, musculado y de más seria expresión que ninguno. Con esos dos toros tan dispares se avino Fortes a modo.
El viento no dejó elegir terrenos, y en terrenos diametralmente opuestos fueron las dos faenas. La una, en las rayas de dos y hasta los tres tendidos de sol; la otra, en las rayas de dos de los tres tendidos de sombra. El viento, inquieto polizón, trastornó a destiempo el vuelo de la muleta, pero ni una sola vez la figura alada del torero malagueño, tan firme como siempre. Pero otra clase de firmeza: el encaje natural, posado. Ni una sola baza de trágala ni una postura forzada.

Los brazos sueltos, los dos, manejaron a modo una muleta de apariencia pesada, pues sin lastre no se habría podido gobernar tan lindamente embestidas como las de esos dos toros tan distintos.  Frágiles, humilladas, a veces gateaditas la del tercero de la tarde, que, sin el poder del sexto, fue de querer y darse, y se dio y quiso cuando vino templado, tenido y consentido, traído por delante, llevado en línea o a la cadera, según, y casi mimado porque, sangrado en tres puyazos, podría haberse ido al suelo al menor tirón. Las fuerzas justas y no sobradas le dieron al toro un aire propio. Con él vinieron muletazos de notable cadencia, ligados en serio, los más sacados limpiamente. Un pase de pecho obligado extraordinario. Un desarme en un pisotón. El conjunto fue, sin pretenderlo, redondo. Ejemplo de toreo embraguetado y tan delicado como gobernado.
Es norma que el toro de Victorino sea mutante y este mutó para bien: los diez viajes mejores fueron los diez últimos. Con ellos, la guinda de la faena, que se vivió con subrayados sonoros. La guinda fue una espléndida tanda de naturales enroscados y otra de toreo genuflexo de horma y castigo, en la suerte natural y en la contraria, de muletazos muy largos. Una estocada hasta el puño, tal vez trasera. Tardó en doblar el toro, el único de los seis aplaudido en el arrastre. La irresistible caída de Fortes en gracia vino precedida de un brillante recibo a la verónica de este tercer toro. Siete verónicas de exquisito sello -el juego de brazos, el vuelo largo y lento del capote, el mismo ajuste que iba a ser luego nota mayor de la faena- y, en el remate, casi en el platillo, dos medias a pies juntos, frontales, de aire añejo, muy hermosas las dos.

La mutación del sexto toro, el raro del envío, fue del todo inesperada. Las manos por delante de salida, estuvo a punto de saltar la barrera, derribó de verdad en el primer encuentro con el caballo, se enceló con el peto y lo hizo con fiereza, sobrevivió a un duro puyazo trasero, esperó, cortó y se defendió encastillado en banderillas. Parecía imposible. Pero no. Sereno, Fortes lo vería clarísimo. Media docena de suaves muletazos por delante y al paso para sacarse el toro hasta la segunda raya -tanda abrochada con otro obligado de pecho- y, sin pausas ni demora, la muleta a la izquierda para en un mismo terreno cuajar tres tandas de naturales solemnes, sencillas, la tercera cortada en dos fases por mor del viento. Y, luego, una cuarta en redondo, que fue la mejor de todas. Si Fortes se va por la espada en ese momento, y la entierra, se cae la plaza. El eco fue tremendo. Eco que lo cegaría y animaría a seguir, pero en trabajo intermitente y en una segunda mutación del toro para mal, para apoyarse en las manos. Y no entró la espada. Y cayó, como un borrón, un aviso.
Barquerito
Fotos: Andrew Moore

viernes, marzo 23, 2018

¡Un "zurito"!


En aquella época, los jóvenes se juntaban en peñas taurinas. Cada una dedicada a una figura distinta. Sería uno de los amigos de Carlos, Miguel Ángel, el que dio con Gabriel de la Haba, Zurito, de Córdoba, y el que decidió que se reunirían bajo el nombre de este torero. Así, los zuritos, iban de bar en bar pidiendo el tradicional txikito de vino. Todos, menos Carlos. “Yo tomaba vino, pero estaba hasta los cojones de esa mierda. Era peleón y empecé a pedir cerveza”, le confesó a Cornejo.
Mientras el resto de la cuadrilla se bebía los txikitos en dos sorbos, Carlos dejaba en cada bar media caña. “Pero de repente se empezaron a sumar otros, a no tomar vino. Pasamos a ser 5 y de repente éramos 8. Total, que empezamos a meter presión: no me pongas una caña, ponme media. ‘Un mini’, decíamos, ‘un mini de cerveza'”. Los camareros tardaron en concederles ese medio vaso, pero sería en el bar Irutxulo, de Patxi Alkorta, donde comenzaron a tirárselas más cortas.
Poco a poco, la gente empezó a copiar la idea y a pedir ese “mini de cerveza” para poder seguir el ritmo a los de los txikitos. “Un día alguien dijo: ‘Qué pena que no tengamos un nombre para esto’. Y probablemente se le ocurriría a Patxi: “Oye, ¿no tenemos una Peña Zurito? Pues lo llamamos así, zurito“. El nombre se extendió con rapidez y mientras en el resto de España se pedía un corto de cerveza, en el País Vasco se exigía un zurito.