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En una ocasión, era el año 1460, se celebró la venida al embajador del Rey de Francia. En el alcázar de Bailén se corrieron unos toros a los que se “mandó soltar una leona muy grande que allí tenía, la cual espantó toda la gente que andava corriendo los toros y anduvo a vueltas dellos; pero quiso Dios que no fizo daño a persona alguna”. Una vez acabado el festejo y muertos los toros, dice el cronista, “el leonero tomó la dicha leona y llevola a encerrar do solía estar”.
En el mismo año de 1460, ya en Jaén, se lidiaron “çinco o seis toros” y “como el uno dellos tomare en los cuernos un ombre, debajo del mirador donde estava [el Condestable], con muy grande discreción e presteza le socorrió, echando a los cuernos del toro un coxin de brocado que debaxo de los cobdos tenia y el toro, por tomar el coxin, afloxó del ombre y asi fuyó y escapó con la vida”. En ocasiones como ésta nuestro personaje gustaba de lanzar frutas y otras cosillas, para obsequiar al numeroso público que asistía a estos regocijos y festejos. Tampoco faltaban los atabales, chirimías y ministriles.
Eran toros cerriles y difíciles, criados en las sierras cercanas. A veces demostraban bravura y fuerza, como los que se jugaron en enero de 1465, “los quales fueron tales y tan bravos, que nunca ombres mejores los vieron; tanto que alcanzaron y trompicaron con los cuernos quince o veinte personas, pero plugo a Nuestro Señor, que ninguno non peligró ni murió”. También embistió una res contra ciertas gradas construidas sobre un pilar y “quando el toro viníe por allí, por fuir, caían munchos en el dicho pilar y el toro en pos dellos, que era el mayor plazer del mundo mirallo”.
Gómez de Lesaca
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