La tarde tuvo poca escala de grises. En plomo estaba el cielo, intenso y condensado, que se mezclaba a ratos con rachas doradas. En plúmbeo también los matices toreros de la torería protagonista. En realidad, hay poco que decir de un festejo pasado por chubascos que dejó el cuerpo molido en la fría intemperie. Salvo que El Cid hubiera podido lucir su poderosa mano izquierda sin igual pero insiste en la mecánica extensora en las afueras sin dominio de sí mismo. Que Daniel Luque manifiesta muy bien su arrojo juvenil, su aire desafiante, su descafeinado toreo siempre muy escaso de poder. Que al confirmante López Simón le venía grande el traje marengo tejido con lana del taller de los atanasios pero que gracias a su porfía reconocimos en el desfile la única buena prenda que había cosido el sastre.
Los atanasios del Puerto salieron poco en leyenda. Venían más mansos que nunca; Más desorientados de lo habitual; más ajustados de hechuras; más apropiados para tareas cómodas; más flojos que de costumbre; hasta el punto que sorprendieron porque hubo dos que eran auténticos carretones con muchos pies pero tan descompuestos, tan descastados, tan insulsos como el resto.
Paz Domingo (Aquí la crónica completa)
Qué sintomático es que muchos de nosotros coincidamos en las apreciaciones y que en los portales se venda humo. Saludos.
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