ÉTICA Y ESTÉTICA EN EL TOREO
Tomás Martín, aficionado palentino (publicado en el Diario de Palencia)
Inteligencia contra instinto. Así podría definirse la batalla, cruenta y desigual, que torero y toro libran en el ruedo desde que, por tomar un referente, Pepe Hillo escribiera en 1796 uno de los tratados de tauromaquia que mayor notoriedad ha adquirido en la historia del toreo. Hillo defiende que “el valor y la destreza aseguran a los lidiadores de los ímpetus y conatos de la fiera, que al fin da el último aliento en sus manos”. Pues bien, el toro Barbudo acabó con la vida del torero el 11 de mayo de 1801 en la Plaza de Madrid, con lo cual quedó demostrado que esos principios que defendía en su tratado no le habían hecho invulnerable. Está claro que tal invulnerabilidad no existe, aunque bien es cierto que el 99% de las cogidas que sufren los toreros se deben a sus propios “descuidos”, y que, por si solos, el valor y la destreza no imposibilitan la cornada.
¿Fue un código ético, aspectos puramente técnicos al margen, la tauromaquia de Pepe Hillo publicada a finales del siglo XVIII?. ¿Sirve hoy ese tratado, escrito hace más de doscientos años? ¿Es el reglamento vigente, distinto en cada Comunidad Autónoma, el que obliga al torero al ejercicio de la ética profesional en los ruedos? Habría que discutirlo. Lo que si está claro es que la actitud de la mayoría de los diestros actuales, ante lo que en otro tiempo fue la lidia y muerte del toro, ha cambiado. ¿A qué ha sido debido? Es lógico y obligado que el torero intente burlar al toro y zafarse de sus acometidas para procurar conservar la integridad física, pero no a costa de mermarle la fiereza, y esto ha sido una constante que ha acompañado al arte de lidiar toros desde que Juan Belmonte “inventara” el toreo moderno. Es precisamente en la merma de esa fiereza donde radica la “evolución” del arte de torear hacía unos principios más relacionados con la estética que con la ética y en ocasiones la épica que presidía las corridas de toros cuando por la puerta de chiqueros salía el toro fiero.
El concepto actual que se tiene del toreo y del toro, sustituyendo la emoción y el riesgo por el ejercicio de una lidia engañosa, ejecutada de forma vulgar las más de las veces, es lo que ha llevado a la deserción casi generalizada de los aficionados, que han huido y siguen huyendo de un espectáculo desnaturalizado en su esencia. El objetivo de alcanzar el predominio de la estética en la faena de muleta, en detrimento de otras fases de la lidia, domina en todos los ámbitos de ésta, hasta el punto de convertirla, aunque parezca una contradicción, en un espectáculo a veces antiestético: baste recordar la forma de ejecutar la suerte de varas, el tercio de banderillas o la suerte suprema.
«La historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional española durante casi tres siglos.», decía Ortega y Gasset. «El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España... Creo que los toros es la fiesta más culta que hay hoy en el mundo.», proclamaba Lorca. ¿Caben en la actualidad estas afirmaciones? Quizá se sostenga la de Ortega, pero referida a otro tiempo; la de Lorca es, sobre todo en su final y bajo mi punto de vista, insostenible. La España actual no es ni la del filósofo ni la del poeta; y ni tan siquiera la de los años sesenta del pasado siglo vendiéndole a los turistas nuestra aireada Fiesta Nacional. Hoy se ha perdido el equilibrio entre ética y estética, equilibrio que acompañó y sustentó a la tauromaquia hasta no hace mucho. Esa pérdida, junto con las nuevas formas de vida, el deseo de alcanzar fama y fortuna pronto y a cualquier precio, y el choque con la razón (resulta difícil defender en estos tiempos un espectáculo cruento, sangriento y a veces sanguinario), están llevando al noble arte de lidiar toros a un callejón sin salida. Mucho tendrá que cavilar la gente del toro si quiere recuperar la esencia de la tauromaquia, poner fin a la deserción de los aficionados y evitar la creciente indiferencia del gran público, fundamentalmente del más joven. Haga lo que haga le resultará harto difícil, pues hay cosas que por mucho empeño que se ponga nunca volverán a ser lo que fueron.
Lo piensa quien sintió verdadera pasión por el arte de torear.
Foto:Manuel Vaquero
Vía: Pgmacías
qué duda cabe que esos toros ya no se ven.
ResponderEliminaren cualquier caso la estática sin la ética no es tal y se queda en mera pose. la estética es mucho más que componer la figura o echar la pata atras para que parezca que se carga la suerte. Esos toreros no son estéticos, pueden ser pintureros, plásticos, o como se quiere...pero nunca estéticos
Andrés de Cáceres
Hola Andrés, me alegra verte por aquí.
ResponderEliminarPgmacias