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"En una época en la que a cualquier cosa se le llama torear, cuando aparece un torero y se lleva el toro al platillo, y le da distancia al objeto de que desarrolle la combatividad propia de su casta brava, y le adelanta la muleta, y el toro de casta brava, al verla allí, descarada y retadora, se tira a matarla, y el torero para la fogosa embestida templándola, y obliga al toro a que se reboce en la pañosa conduciéndolo en derredor de su cintura , y remata dejando adelante otra vez la muletilla para que el toro desahogue su codicia y continúe embistiendo sin solución de continuidad. Al público que contempla semejantes lances le hace el efecto de que son magia pura , y se asombra, se enardece, salta de sus asientos , corea oles, pierde la noción del tiempo y del espacio, conmocionado por extrañas sensaciones . Es lo que sucede siempre que un torero torea un toro y exactamente todo eso es lo que sucedió en la faena de César Rincón al sexto de la tarde"
Foto: Campos y Ruedos
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