viernes, julio 06, 2007

Un prólogo a los "Sanfermines" (Homenaje a un torero de época: Antonio Ordóñez Araujo)- El papa negro-



Quizás siempre te juegas el cuerpo y el alma, y a lo mejor la gente va a los toros a comprobar que el asunto es así”. (Antonio Ordóñez)

Si la muerte es el reposo... “el pensamiento de la muerte turba todo reposo”, indicaba Césare Pavese.


A lo largo de este texto, nos ocuparemos de la singularísima tarea de unos hombres que se esfuerzan por superar tal estado de agitación, es decir, por afrontar la hipótesis de la muerte con templanza; con esa templanza o entereza en la que, según Aristóteles, residiría el criterio primordial para determinar si se da o no se da la hombría.
Hemos visto que Aristóteles precisa que la hombría es la superación del miedo en relación a una muerte noble. Cabría decir que la muerte digna tiene como connotación la referencia a la vida digna. La muerte digna supone nostalgia de la vida digna, convertida en gesto militante a esa misma dignidad. La muerte digna es una afirmación de la vida, que sólo tiene sentido si se parte del principio de que la vida humana tiene una finalidad diferente de la del mero perdurar; si se parte del principio de que, a diferencia de lo que ocurre con los animales, para los humanos no cuenta tanto el mero vivir como el “bien vivir”, es decir, vivir en condiciones de fertilidad espiritual garantizadas por condiciones de dignidad material.
Señalemos que la dimensión indiscutiblemente cruel de la tauromaquia (cruel tanto por lo referente a la exposición humana como por la sumisión y sacrificio del cuerpo animal) es directo corolario de la evocada disposición a asumir que, efectivamente, la animalidad nos concierne en lo esencial. Pues asumir conlleva necesariamente renunciar a la neutralidad; asumir la animalidad exige confrontarse a ella. Y al respecto sostenemos, desde ahora, que esta confrontación es siempre sacrificial, suponiendo un compromiso de la entera personalidad (cuerpo y razón del individuo).
Compromiso que es también una condición de la tarea artística, cabalmente entendida, como indicaba Celine al afirmar que en cada página del “Viaje al final de la noche” había puesto en juego su pellejo. Sacrificio y compromiso al que aludía a sí mismo Rossini cuando a la pregunta que le formulara Wagner sobre las razones por las que había, a los 33 años, dejado de componer, responde que la desaparición de los “castrati” privaba al “bel canto” de sus genuinos intérpretes. Sacrifico en fin admirablemente plasmado por Marcel Proust cuando, erigiendo a la figura del narrador en “Testigo y apóstol de la verdad”, le hace repudiar todo aquello que, de la vida digna de tal nombre, ha quedado excluido por la debilidad, el temor al sufrimiento o la llana cobardía.
En algunas de las raras catedrales que nuestra civilización ha dejado persistir, en esos espacios en los que, desde Acho a Arlés, se sacrifican toros bravos, frágiles imágenes de hombres parecen atravesadas por la tensión que supone responder al corolario que de estas palabras de Proust se desprenden. Pues por el uso que tales hombres hacen de su cuerpo, nos retrotraen a esta verdad tan a menudo inasumible de que vivir con entereza es incompatible con hacer de la vida meramente un fin en sí.
VÍCTOR GÓMEZ PIN
“La escuela más sobria de la vida”
Espasa Calpe, 2002
Fotos: Inge Morath

1 comentario:

  1. grande el libro de Gomez pin. he dejado un comentario en mi blog sobre tu post de la melancolia. gracias por linkearme en contraquerencia.
    un saludo.
    sol y moscas.

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