jueves, junio 10, 2010

Escribe Francisco Brines


Nada hay tan peligroso para la buena marcha del toreo que el matrimonio de este vociferante público con uno de esos matadores que, incapaces de la verdadera creación, se aprestan a falsificarla. Si en una plaza ese aluvión de público fácil no es contrarestado por la presencia exigente y respetada de una suficiente minoría de aficionados, de inmediato la Fiesta se conduce por unos derroteros peligosos, y aun falsos. La ignorancia de los espectadores será prestamente complacida por el torero, puesto que no sólo coincidirán ambos en idénticos deseos de facilidad y comodidad, sino por lo que al supuesto torero le habrá de suponer de éxito visible y , con ello, de poder y beneficios. Suele ocurrir, además, que la mayoría de estos no saben torear de otra manera. A veces tales dictaduras se expanden en el tiempo como interminable pesadilla, y los más claros perdedores suelen ser los toreros de calidad (...) y los buenos aficionados, a los que se les enrarece la posibilidad de presenciar el buen toreo, el cual, por su intrínseca dificultad, es ya de porsí inusual.
Francisco Brines. De su artículo " El arte del toreo: Razonamiento de una mirada"

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